Ha circulado un post que dice “lo que pones en tu plato es más político que lo que pones en Facebook”. Y esas palabras se materializan en Antolina, el lugar de cocina mezcalera en la Condesa.
En Antolina, todas las verduras son de chinamperos de Xochimilco y los productos acuícolas y marinos provienen de proyectos de pesca sustentable —un esquema pesquero que captura considerando la permanencia de las especies y la salud del ecosistema—. Y sí importa que los productos de las chinampas y los modos de producción sustentables lleguen a las mesas de los restaurantes para establecer cadenas de consumo más saludables: desde el campo —o el mar— hasta tu mesa, los productos que consumes en Antolina no han dañado ecosistemas, pero han beneficiado a familias e individuos, y cada una de las personas que participaron para que tú puedas disfrutar de tu mezcalito y tu taquito, recibieron un dinero justo por su trabajo. Es decir, no fueron explotados.
Pete Mezcales, director general de Antolina, cuenta que Antolina era una cocinera tradicional de Veracruz, y eligieron hacer un homenaje a la energía femenina y a las mujeres en la cocina a través de ella.
A lo mejor al llegar a Antolina uno no espera lo que está por venir. El lugar es sencillo, pero aquí viene a colación la frase que nos decían las abuelas: no hay que juzgar a un libro por su portada. Si bien la apariencia de Antolina puede transmitir limpieza, sencillez y la calidez de barrio, al sentarte a la mesa verás que la apuesta culinaria llega más lejos que la de muchos otros restaurantes, más pretenciosos y maquillados.
Para empezar, la oferta de mezcales en Antolina es espectacular. Todos los han incluido en su menú pensando en el concepto del consumo responsable; es decir, se aseguran que el dinero que se paga por el producto llegue a las manos de los productores. También hay algunas opciones de pox, cervezas independientes mexicanas y una carta muy atinada de vinos mexicanos.
La cocina se distingue por sus propuestas; ingredientes y técnicas tradicionales mexicanos, pero con su pimpeada para darle un toque urbano y actual. Nosotros probamos la degustación de tostadas: una de aguachile de camarón, otra de kampachi y —mi favorita— una de pata, que me llevó directito a mi infancia, al comedor de mi abuela.
Después una ensalada con verduras de la milpa: verdolagas súper turgentes y llenas de sabor, brotes de betabel, pepitas de calabaza que hacían de esta ensalada una más crocante y juguetona y, para más complejidad, un poco de queso. Luego le entramos a unos molotes de plátano con mole que viene desde la Sierra Mixe, y un taquito de chapulines con hoja santa y quesillo chinampero.
Todavía le seguimos: nos echamos un pulpo a las brasas, que estaba en su punto de cocción y con ese saborcito a adobo y a fuego que siempre abraza, y, para rematar, unas hiper sexys flautas ahogadas de carne de res que van servidas con un tuétano. Y sí, hubo espacio para el postre: un fondant de chocolate y un pan de plátano que saben al apapacho materno de la infancia. Qué dicha.
En cuanto a las bebidas, si no le haces al mezcal, también hay una propuesta bastante concisa de coctelería. Además el personal de servicio es súper amable y, lo más importante, le saben. Te recomendarán lo mejor para ti y hasta te sacarán una sonrisa con su entusiasmo.
Lo que debes de saber es que Antolina no es un lugar barato. Pero “caro” tampoco es la palabra: se paga lo justo. Como comensal, también toca ayudar a robustecer la cadena de comercio responsable que en Antolina han construido con tanto esfuerzo. Así que pásale, échate un mezcal, come delicioso y sé tan feliz como fuimos nosotros.