Te advertimos que cuando vayas a Anti Fine Dining vas a ver moscas por todos lados. Pero será porque estas mosquitas son las mascotas del restaurante, y comunican, con humor, el concepto.
Vamos por partes: ¿Anti Fine Dining está en contra –y va en contra- de todos los fine dining?, no. De hecho, replica el servicio impecable, la loza y la cristalería preciosas y el diseño esmerado que caracteriza a los restaurantes más acá. La diferencia es que ahí sí puedes asistir de tenis y jeans y cenar mientras escuchas los éxitos pop.
Y así como irreverente, el lugar es riquísimo. Prueba de ello es la Patricia, una infladita de terrina de pata, que llega a tu mesa junto con las indicaciones del chef Alfredo González: para la primera mordida, cómetela con las manos. Después, usa la cuchara para romperla, aplastara y acabar con ella.
También con las manos nos comimos las chilacas rellenas de tocino, requesón y salsa de sésamo negro, que se sugieren con unas gotitas de limón y que te obligarán a chuparte los dedos tras cada mordida (porque en Anti Fine Dining, los modales se quedan en la puerta). Otro imperdible es el Risueño, un risotto con salsa de codzito, alioli de tinta de calamar, una yemita y mejillones. Este risotto, que debes de mezclar para integrar los sabores, se sirve con unas rebanadas de pan de masa madre atascadas de mantequilla, y deliciosas.
Y para beber, los cocteles de autor no tienen pierde, como el Mesa de Parota: aserrín de hojas de higo infusionadas con vodka, jugo de zanahoria, y un acabado muy fino de jerez fino (sic.).
Total que el Anti Fine Dining sí es muy fine, pero también es refrescante porque aquí sí te puedes sentir cómodx, pedir limón extra y comer en tu mesa de manteles largos.
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