El lugar está escondido entre las bellezas arquitectónicas de la Roma, con un letrero que apenas es perceptible si estás frente a él. Éramos cinco personas en el local, cada una con una bebida diferente pero todos satisfechos.
Sus paredes blancas y sin decoración te sorprenden porque no es común tanta sencillez. Ya frente a la barra puedes observar la delicadeza con la que tratan al café y su paciencia al esperar que el cold brew esté listo después de seis horas de extracción.
Su carta es pequeña pero con todo lo que necesitas del café; puedes pedir un clásico latte o algún método de extracción de especialidad. Probé un cold brew con agua tónica que el barista prometió sería el más refrescante. El café fue más ligero de lo que pensé y su sabor disminuyó notablemente por el agua; después de dejarlo un tiempo el sabor casi se esfumó, no quedó más que un toque, bébelo al momento. Luego pedí un gibraltar, la especialidad de la casa, es como un latte pero con menos leche, muy recomendable ya que el sabor prominente del café de Chiapas que usan permanece por mayor tiempo en la taza y en la boca.
Hay pan de dulce y galletas de diferentes sabores, prueba una concha de chocolate con chispas; la calientan para que las chispas se derritan, aunque la mía estuvo un poquito de más en el calor, la textura de la masa, el sabor de la costra y las chispas de chocolate seguían siendo una combinación deliciosa.
Hay una complicidad entre los baristas y cada bebida que preparan porque más allá de ser su trabajo, aquí notas la pasión de hacerlo; no importa que no sepas qué pedir, ellos sabrán guiarte. Por cierto, el tiempo que tienes que esperar para que te den una bebida suele ser mucho en comparación con otras cafeterías, pero aquí ten por seguro que cada minuto lo vale. Pasadas las 6pm la afluencia de gente es mayor, así que no te desesperes.