Parece muchas cosas: un laboratorio con horno de leña, una selva neón, una casa de ladrillos y madera. En concreto, es una pizzería. Este nuevo elemento del grupo Edo Kobayashi aterriza en lo que era el Hard Rock Café con el chef portugués Filipe Neves (Can Can Bar y Bar Oriente).
El recibimiento lo dio la extensa barra de cocina y una mesa al centro con infinidad de botellas desorganizadamente ordenadas en el piso. Las luces colgantes y el mural del artista visual Erin D. Garcia manifiestan que en Aiko, el detalle lo merece cada rincón.
Carta concreta, ingredientes complejos, hay una peculiar convergencia entre gastronomía japonesa e italiana pero con mayor influencia europea. Al inicio llegaron las arancini de dashi de hongo y pimiento: muy crujientes por fuera, con salsa de pimiento morrón predominante aunque tierno al interior por la frescura de los hongos.
La pizza margarita– nos contaron– a descripción del chef es “sencilla, clásica y bien preparada”, insignia de la casa. Pero desobedecimos órdenes y pedimos la okonomi; llegó con el saladito y ahumadito katsobuoshi moviéndose al son del calor (son finísimas escamas de atún), acompañado de salchicha italiana que otorgó acentos ahumados, salsa okonomi para tonos agridulces y una increíble mayonesa karashi (hecha de semillas de brassica y rábano picante).
La coctelería tiene un giro sensorial, donde hay carajillos con avellana y bourbon + hinojo y oliva. Bautizado como el propio licor italiano con el que se prepara, el rosolio juega con un distinguido sabor de hierbas aromáticas y muchas flores, rematado con limón para enaltecer aromas en nariz y paladar. Una grata sorpresa fue el vino naranja, se fermenta con pieles de uva blanca bajo la técnica de un tinto; entra con amargor y en medio es dulce, el retrogusto se parece al de frutas maduras.
Abrazos de masa madre y retos para el paladar, Aiko sí es la pizzería de muchas cosas al mismo tiempo, pero también la propuesta deslindada de lo común que ya le hacía falta a Polanco.