En la fachada, un letrero como los de las calles de la Ciudad de México, apunta a República del Café como un destino específico. Lo es.
La oferta gastronómica es muy vasta: hay crepas, sándwiches, pastas, chilaquiles, papas a la francesa, wraps, burritos y un menú diario por 85 pesos, pero recomiendo comer algo ligero para poder degustar un buen postre. La mejor opción es la ensalada de nopales con aderezo de aguacate, que viene caliente y con totopos crujientes.
Para tomar, el chocolate oscuro frío es como regresar a la infancia en un dos por tres. Lo hacen con el chocolate Morelia, ese que tenía una monja guapa en el empaque; si lo quieres caliente, lo preparan con chocolate Abuelita. Aquí no hay cosas orgánicas, gourmet o productos de libre pastoreo, sino bebidas nostálgicas para sentirse en casa. En los cafés, lo mejor es el cappuccino: sus granos son una mezcla poblana ligera y la espuma les queda muy bien.
Si guardaste espacio para lo dulce, hay que probar los waffles con plátano y nutella, una absoluta delicia. Si eres más tradicional, recomiendo el pan de elote casero.
El lugar ―que parece pequeño pero se alarga hacia el fondo― sobresale de otros del barrio por su estilo, que mezcla un poco de todo: candelabros rococó, viniles de bicicleta y pajaritos en los muros.
Además, en este establecimiento no les hacen fuchi a los fumadores. Tienen una gran terraza en el patio trasero en la que se puede fumar y echar el mejor de los chismes. Eso sí: los meseros pueden olvidarte, y los mosquitos, comerte. Aun así es una buena opción para echar un cafecito a gusto en la Narvarte.