La San Juan tiene un silencio enigmático. Parece que los vecinos nunca abandonan sus casas, o quizás todos están en otra área, esperando a que pongan nuevos lugares en la colonia. Si Rulfo estuviera escribiendo esto, seguramente los pobladores del barrio ni siquiera existirían.
A unos pasos del Instituto Mora, encuentro un discreto lugar, con dos mesas y una banca al exterior. El local, decorado con frutas exhibidas en cajas de madera, podría parecer el hermano menor de Ojo de Agua. Si eres entusiasta de lo orgánico, asegúrate de preguntar cuáles son los productos que tienen en existencia, ya que no todos lo son. También venden sándwiches en pequeñas porciones, que son una bendición para las personas que buscan cuidar su figura.
Si tienes un hambre brutal, no te preocupes: los precios son tan accesibles, que bien podrías ordenar un par de jugos y otro de sándwiches. Lo más pedido por sus habituales clientes (alumnos de la Universidad Panamericana) es la chapata recaudería, con ocho ingredientes, incluyendo el betabel, con un aderezo de yogur que lo hace interesante.
El pan de las hamburguesas tiene una ligera capa dulce que me sorprendió (y no para bien). Las papas que las acompañan son hechas al momento en una sartén y espolvoreadas con un poco de orégano. Tienen una buena presentación, pero su sabor y la cátsup que las acompañan me recuerdan a las papas fritas que venden en el mercado.
Lo más rico son los jugos y los licuados. Recomiendo pedir el kiwi-menta: naranja, kiwi, menta y piña; su consistencia es maravillosa. Sería el jugo perfecto si lo ofrecieran con un poco de hielo. La atención es excelente, las dueñas se preocupan por cada detalle y su plática te hace sentir en casa. Lamentablemente, a la comida le hace falta algo; tal vez un poco de pasión.