Desde 1985, la dedicación de la familia Nagaoka ha hecho de esta casa-restaurante uno de esos sitios que traspasa la barrera de “favoritos” y, a la vez, uno de los sitios favoritos de la comunidad japonesa en el país. Lo anterior se nota en la familiaridad con la que el staff de servicio trata a más de un comensal en cada jornada y en el empeño que pone la propia familia en supervisar la operación del restaurante.
Sus dos pisos divididos en pequeños salones, decorados con grabados y una versión en acrílico y madera de las tradicionales puertas corredizas japonesas, dotan de cierta ceremoniosidad ese momento en el que te encuentras con una bella pero discreta cerámica que rebosa comida humeante o piezas cortadas a la perfección (pidan un sashimi mixto y verán). Se trate de un tazón (platos preparados a base de arroz y distintos tipos de carne), de tallarines (udon o soba) o alguna cacerola (que se preparan en una estufa de gas sobre cada mesa), los ingredientes siempre son frescos y el sabor, preciso.
El menú cuenta con suficientes opciones de platillos típicos, pero no a nivel abrumador. Si se está algo familiarizado con la comida japonesa, es sencillo de recorrer; si no, lo cierto es que cada platillo cuenta con una descripción breve y clara de qué esperar. Para darle vuelta a la indecisión, una apuesta segura es pedir Wateishoku, comida completa que incluye: sunomono (vinagreta de pepino y mariscos), sashimi, file katsu (filete de cerdo empanizado), tempura (verduras capeadas), arroz (gohan o yakimeshi), sopa miso y postre (gelatina de café).
Para domar al espíritu ansioso de azúcar, nada como el tempura helado.