Sobre la mesa un tarro de cerveza lleno de un caldo rojo de pescado. "Caldo bichi", lo llama el mesero. Sé que en Sonora “bichi” significa “encuerado”. No sé por qué el nombre. Titubeo entre si meter la cuchara o tomar el tarro por el asa y beber. Opto por lo segundo. El trago es picosísimo y reanimador. En él flotan verduras, camarón y pescado. Es delicioso.
Frente a mí, la charolita de las salsas (Valentina, Huichol, Guacamaya, Cholula, Chimaya en dos grados de picante, además de Maggi, inglesa, cátsup y mayonesa) y la de las tostadas y galletas saladas. Prefiero no usarlas: según mi muy particular religión gastronómica, el sazón de la receta de mariscos no debe de ser maquillado.
Y detrás, el local. Amplio, atestado de la fauna polanquera típica: oficinistas y niñas bien. Los ocasionales mariachis callejeros originan un remix involuntario y disonante con la música de banda que ameniza el local. Es la primera vez que vengo a Mi gusto es, sucursal Polanco. Soy cliente asiduo del local original, en la Narvarte. Ahí he pedido el aguachile y he demostrado que los hombres podemos llorar, aullar y sudar sin perder machismo: el chiltepín de ese manjar es tan intenso que sólo los valientes llegan al final del plato. Yo soy un valiente.
Pero en esta ocasión he optado por algo más fresa —finalmente estoy en Polanco—: tacos de machaca de marlin (no le pongas salsa, así es sublime) y gobernador de camarón (bien, pero gobierna más la machaca). Plato fuerte, pescado zarandeado, especialidad de la casa: un empapelado de sazón suave, casi podríamos decir, sensual.
He quedado felizmente satisfecho.