Hace unos años abrieron la primera sucursal en México, para ser exactos en la Condesa. Su concepto: pan hecho en casa, mesas comunales –donde te sientas con quien esté, para que te pongas a platicar– muebles de madera, conservas y aderezos exclusivos de la franquicia; bebidas refrescantes con menta (la naranjada te devuelve la esperanza en la vida), o té helado como primera opción.
El éxito fue tal que pronto vinieron las sucursales. Por ahora hay cuatro en esta capital. La de Polanco está en una esquina muy amena en esa zona de comercios comprendida entre Masaryk y el Parque Lincoln, con mesitas en la banqueta para dos personas, como para entablar conversación y dejar pasar la mañana o la tarde.
Pedí la sopa del día, que era de tomate, y tartin de salmón: un clásico. Los dos cumplieron con mis expectativas, al igual que lo demás que he comido en este lugar. Las ensaladas son frescas, los tartines crujientes (a veces demasiado, llegando al duro) y con muy buen balance en sus sabores.
Si el mundo fuera como Le Pain Quotidien, sería un planeta más habitable, más sano, más justo, más comunicativo… y un poquito más caro, también.