En las soleadas playas de la avenida, esta marisquería por un momento te hace dudar de que estás en la Ciudad de México y no a orillas del mar, mirando pasar a los pelícanos. Claro, vuelves a dar una probada a tu vuelve a la vida y la duda queda disipada: eso que oyes afuera no es el Metrobús, son barcos que pasan…
La Perla de la Roma es un clásico de la comida del mar en la ciudad, sin ninguna pretensión de gran restaurante. Lleno todas sus mesas de comensales casi a todas horas –es común esperar tres cuartos de hora a que te dejen entrar– su interior no es más que un jacalón de paredes amarillas y sillas de metal, sin ningún sentido decorativo. Eso sí, una vez dentro el servicio es super veloz y eficiente. En un dos por tres ya tienes tu cerveza fría en la mesa y un coctel enorme delante de ti.
Los mariscos y pescados son en verdad frescos y siguen las recetas de las costas mexicanas: al ajillo, al vapor, al mojo de ajo, fritos, empanizados, rebosados, a la mantequilla… Pero lo que rifa aquí es el empapelado, servido en papel aluminio, es una especie de bomba afrodisíaca que mezcla camarones, pescado, pulpo, calamar, ostión, caracol y no sé cuánta cosa más, flotando en su propio caldo. Visto por fuera parece poco, pero en realidad es un platillo más grande de lo que aparenta, y si antes pediste empanaditas o un coctel grande, es muy posible que no puedas terminar con él, muy a tu pesar, pues es delicioso.
Un lugar que lleva ahí décadas y por décadas seguirá no importa que la Roma deje de estar de moda: sus comensales son capaces de cruzar media ciudad para comer ahí.