Si a cualquier defeño le preguntas dónde está el barrio chino, seguramente su primera respuesta será que en el Centro, pero quienes han paseado por la Viaducto Piedad saben que ahí también hay una enorme comunidad china que ha establecido tiendas, salones de belleza y, sobre todo, restaurantes que no tienen concesiones ni tropicalizan su menú.
Aquí el personal y la mayoría de los comensales son asiáticos. La única mesera es mexicana y dice que se hace bolas porque tiene que comunicarse por medio de señas (el servicio no es muy eficiente, aunque sí amable).
La especialidad es el dim sum, pequeños platillos servidos en vaporeras de bambú. Hay varios tipos de dumplings para escoger, como el siu mai de cerdo o los ravioles de camarón –fritos o al vapor–, el pan al vapor (con textura perfecta entre lo esponjoso y lo chicloso) relleno de cerdo con jengibre o verduras, y exquisiteces que hay que atreverse a probar, como tripa de cerdo al vapor, patitas de pollo tausi (una especie de salsa de soya hecha en casa) y la maravillosa pancita de res satay (una salsa a base de cacahuate, ligeramente picante).
Del resto del menú, con porciones más generosas, sobresalen la cazuela de arroz con pato, los tallarines con res o mariscos y la jaiba al vapor. No hay que irse sin tomar el té de grass jelly, con pedazos de gelatina.
Si llegas al postre, pide una canastita de pan al vapor relleno de frijoles dulces. Si no llegas, no importa, ya podrás regresar. “Los dueños son muy trabajadores, abren los 365 días del año. Dicen que si no trabajan, duermen, comen mucho y se ponen gordos”, nos platica la mesera. A nosotros, ya somnolientos por el mal del puerco, nos da entre risa y culpa el comentario.