Frente a la Diana podemos encontrar un pedacito culinario de Nueva York, una sucursal del emporio de restaurantes del afamado y simpático chef alsaciano Jean Georges Vongerichten.
El J&G Grill está adentro de uno de los hoteles más sofisticados de la ciudad, el St. Regis. El restaurante está iluminado por flores coloridas y luces fugaces que anuncian un viaje relámpago a la ciudad que no duerme; es elegante y moderno en acogedora normalidad. Es un buen lugar para impresionar a un jefe, consentir a tu date o celebrar el cumpleaños de tus papás.
Jean Georges inició su gusto por comer en casa en Estrasburgo, donde mamá y abuela cocinaban para el negocio familiar y él “despertaba con maravillosos aromas”. De muy joven entrenó bajo el reconocido chef francés Paul Bocuse, y haciendo carrera llegó a Nueva York, para renovar la cocina francesa. Su insignia, el Jean George del Trump International, es uno de cinco en NY con tres estrellas Michelin.
Fue con él que el chef Maycoll Calderon aprendió el arte de cocinar. Seguro lo verás en tu visita al restaurante, pues es rara la vez que no está cocinando ahí.
El menú cambia cada cuatro meses y la presentación de los platillos es delicada y elegante. Cada sabor inunda el paladar para crear memorias placenteras. El risotto de espárragos, por ejemplo, concentra puré del vegetal que, aunado a setas y cítricos y demás secretos de experimentar con sabores y técnicas, evoca las nubes. Igual pasa con la pechuga planchada parmesano, con una suntuosa mezcla de mantequilla, albahaca y limón; armonía que sorprende. Y qué decir del postre, como un helado de caramelo salado, con palomitas crocantes y chocolate espeso: ¡perfecto!
Sin embargo, hay otras opciones que resultan menos convincentes, como los diminutos calamares fritos, disfrazados de brócoli, la milanesa simplona o el pastel de mango sin sabor. Como el nombre del lugar indica, mejor concentrarse en las carnes a la parrilla, que vienen con unas muy bien logradas salsas (beurre blanc, bernesa, barbecue u otras) que realzan los sabores de las jugosas fibras.
Se antojan muchas delicias, y es de apreciar que tienen toques del país. Entradas delicadas, como sashimi de salmón con arroz crujiente, erizo de mar con jalapeño y yuzu, camarones en tocino con mostaza de papaya, brulée de foie gras con fresas rostizadas, son un magnífico preludio para el plato fuerte o platillos más elaborados como Yucatán con soya y jengibre, huachinango al vapor con papa morada y poblano, chuleta de cerdo con chiles güeros y menta, o el famoso Baeckeoffe de Alsacia; aun su hamburguesa, con trufa negra y brie, da placer. Hay que cerrar con postre, como su pastel de queso, el de chocolate caliente (aquí se inventó) o sus helados. La música es agradable, pero para un mejor ambiente, nomás falta que llegue la gente.