A decir de los propios trabajadores, es la primera panadería árabe del país, fundada en 1936, en Puebla. Trece años después, contra toda predicción por tan cabalístico número, abrieron una sucursal en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México. Si éxito es tal que siempre está lleno y hay que hacer fila. Vale la pena.
Está en República de Cuba, a cuadra y media de Pino Suárez, esa calle que comienza donde termina el Palacio Nacional, en pleno Zócalo. Entre locales de peleterías, tiendas de telas y plásticos para fabricar bolsas y cinturones, para forrar cojines, es posible pasar frente a Helus y no darse por enterado, pues es una entrada tan ancha como cualquier puerta y un largo pasillo hasta el pequeño local donde dos mesas son suficientes para llenar todo el espacio que dejan los hornos, vitrinas y demás muebles de la cocina.
Para los primerizos y advenedizos, las empanadas. La “típica” de jamón y queso es deliciosa aunque sea tan simple como combinar jamón, queso y pan árabe. Me gustó tanto que sólo me comí una, pues todavía había que probar la de queso con rajas y otra más de espinacas con jocoque. Tan suculentas que agradecí no haber desayunado. Luego, un par de kepes (una especie de albóndiga de cordero) con jocoque y tabule (una ensalada en la que predomina el perejil).
Para rematar, unos dedos de novia, un dulce típico de nuez y nata que sólo conocía por cierta cafetería de nombre árabe. De hecho, Helus les surte a esta cafetería y a varios restaurantes más. La mayoría de sus clientes compran para llevar.
Para aquellos que pueden darse el lujo de visitarla con frecuencia, ofrecen paquetes por entre 50 y 70 pesos. El punto negativo sería la breve oferta de bebidas, pues prácticamente te tienes que conformar con un refresco si eliges un paquete. Si estás en la zona, hay que visitarlo. Si no, es deber organizar una visita mensual para surtir la despensa, pues también venden abarrotes árabes.
Desafortunadamente no alcancé a probar el hummus, un puré de garbanzo que, dicen, está para chuparse los dedos. Ni modo, tendré que regresar.