Los godínez necesitamos cosas para sobrellevar la vida, pequeñas alegrías para olvidar el encierro. Para los de Polanco, El Turix es una de ellas. Todos los días, decenas de kilos de cochinita en formato taco, panucho o torta son engullidas por los oficinistas que circundamos con antojo el Parque Lincoln.
Es tanto el éxito de su cochinita, que la gente hace la fila felizmente a sabiendas de que: uno, el dueño seguramente estará enojado, y dos, lo más probable es que les toque comer parados junto a las barras metálicas del local. El aroma a grasa y especias envuelve la espera hasta llegar frente del caballero tras el aceite marrón y burbujeante donde se fríen los panuchos.
Su técnica taquera bien podría competir por el récord mundial en fast food. Lo sirve con la tortilla un poco mojada –sacrificio por la velocidad– y la carne chorrea adobo, sin estar sobrecondimentada. Remata con cebollita morada y el gancho para hacerlo un knockout es su salsa de habanero: picor que despierta el cerebro. La gloria.
El local es pequeño y a lo más que ha aspirado su higiene es gel antibacterial a la entrada.
Una vez leí que el señor del Turix era lo más cercano al soup nazi en el DF (ver capítulo 116 de Seinfeld), pero eso sólo es parte de su carisma. Podemos pasar de largo estos detalles de carácter por tener sus tacos de cochinita entre los dientes.