Con nombres de platillos que recuerdan sus años de claustro, este patio dentro del exconvento es uno de los secretos mejor guardados del Desierto de los Leones.
Muy recomendables los huevos de su santa voluntad (al gusto, pues), las enchiladas del nuevo creyente y la cecina de la expiación.
Más allá de la comida, el museo, el sótano –parte de su obra hidráulica y no los calabozos, como muchos creen– y el bosque permiten organizar un día de campo y justifican levantarse temprano para llegar hasta Cuajimalpa para desayunar.
Aunque su costo podría desanimar a uno que otro, lamentarás aquellas ocasiones en que preferiste quedarte en los puestos de quesadillas que están afuera.