Tuve la fortuna de ir a Perú. El centro del viaje era conocer Machu Picchu, cosa que hice; pero años después. Lo que recuerdo con más ganas es la comida. Entrar a este modesto restaurante ubicado en la Zona Rosa fue revivir momentos del viaje a bocados.
Lo identificas por el letrero de madera que cuelga en la entrada con el nombre y mapa de Perú en estilo medieval, clásico de la zona de Cuzco. Las paredes amarillas por fuera y por dentro no son tan amables y lo austero del lugar promete una buena comida. El menú es sumamente amplio, son demasiados platillos y puede ser abrumador o, incluso, hacerte sentir un poco incómodo por preguntar tanto al mesero “¿qué es esto?, ¿y esto?, ¿esto cómo es?”; pero una vez superada la primera impresión viene la recompensa.
La comida es de corte casero, de mucho sabor y buena preparación. Los ceviches son de pescado –el clásico–, camarones, pulpo o mixto. Se sirven con maíz tierno, camote hervido y el sabor de la cebolla morada curada con jugo de limón que se derrama por toda la proteína, me recordaron las playas limeñas.
Si llegas crudo, échate una leche de tigre amarilla, lo agradecerás. El chupe de camarón es poderoso, perfecto como levantamuertos. Los anticuchos o brochetas quedaron a deber. La causa y las papas a la huancaína hacen honor a la materia prima número uno del país: la papa. Son preparadas como en las zonas altas de los Andes. El arroz chaufa suena y el tacus tacus, que es una mezcla de arroz con frijoles servido con una proteína bañada con una aromática salsa de soya, le hacen segunda al salteado de lomo y al plato de pobre, excelentes opciones si te mueres de hambre.
La chicha morada, la cerveza Cusqueña o una dulce Inca Kola son bebidas tradicionales para maridar la comida. De aperitivo o digestivo, échate uno o dos pisco sour para que sientas su poder mareador. Cocina peruana como es y a buen precio.