A dos calles del lugar noté una fila que daba la vuelta a la cuadra: era mi destino final. Me formé ansiosa y emocionada (las multitudes son anuncio de un gran suceso), pensando que estaría mínimo dos horas bajo el sol. Por suerte, 30 minutos después ya era atendida por un simpático taquero.
El más vendido y el que resultó mi favorito es el quesotote, chile relleno de camarón con queso. Otras opciones son de marlín, camarón o pescado, casi todos capeados, siguiendo la tradición sonorense. Gracias a Dios se sirven con doble tortilla, de otro modo, las generosas porciones de mariscos que las acompañan las romperían.
Con taco en mano, me dirijo al stand de salsas y verduras. Muy al estilo norteño hay mayonesas de sabores, col, cebolla y cuatro salsas básicas caseras además de muchas otras embotelladas. El taco, para este momento, ha aumentado a un tamaño que parece para cinco personas. Es todo un manjar.
Para beber, la mejor opción es el agua de cebada hecha en casa, similar al agua de horchata.
Si te quedas con hambre, puedes seguir pidiendo sin tener que hacer fila nuevamente.
Al acercarte a la caja para pagar, te encuentras con un pizarrón en el que puede leerse “Taco Pendiente”, una iniciativa solidaria realmente valiosa en la que participan varios restaurantes y consiste en pagar por la que sea la especialidad de la casa, para que ésta se le regale más tarde a una persona de bajos recursos que pase por el lugar.
Aunque hay otros restaurantes de tacos de pescado como Mi Gusto Es o Los Arcos, donde además cocinan con menos grasa, hay más variedad y donde la sobremesa es más agradable, aunque estos restaurantes son más formales y los precios son más altos. El Pescadito es un lugar al que definitivamente regresaré por su gran calidad y precios.