El hipsterómetro, ese contador geiger imaginario que de por sí en la colonia Roma marca índices peligrosamente altos, en este restaurante se revienta: absolutamente cada mesa tiene a algún tipo con barba, lentes de armazón y sombrero. O bien a alguna chica con trapos dispuestos de modo no aleatorio. Y si no están en las mesas, están esperando pacientemente una, porque el lugar se llena. Son personajes que, hay que reconocer, armonizan muy bien con la decoración cuidadosamente kitsch del restorán. Nada está dejado al azar. Se nota ese cuidado –tan hipster, por otra parte– de hacer parecer que no pretendían ser tan descuidados.
Pero el hipsterismo elevado no es lo realmente inquietante de este lugar, sino esto otro: cualquiera de los platillos de su menú desenfadado y bien diseñado (antojitos de comida mexicana tradicional, tortillas recién hechas, todo buenísimo), se acompaña bien con cualquiera de sus 3 salsas: la roja, la verde y (ponemos mayúsculas) La Salsa. De la roja y la verde no hay nada que decir salvo que son cumplidoras, picantes, traviesas. ¡Pero la otra! Visualice (¿o salive?) el lector: es chile habanero verde tatemado en comal, un poco de cebolla, aceite de oliva y especias. Se sirve en pequeño molcajete.
Pica con esa agresividad dulce del habanero, una suerte de violencia sadomasoquista que transtorna. No mentimos: hay un antes y después en tu vida en el momento en que la degustas en un taco. Dispuesta en el “Carmelita” (taco de camarón empanizado, hoja de lechuga y salsa costeña) se alcanza una forma de la santidad. Vaciada sobre el “Viajero Parnita” (lomo y pierna de cerdo con cebolla morada) ocurren fenómenos de teletransportación mental. Posiblemente sea la mejor salsa de la historia humana. Impresionante.
El Parnita tiene poco menos de dos años y se formó por medio de una colección de recetas e invenciones propias que la familia de los propietarios, Doña Bertha, Marco y Ernesto, fue recolectando por toda la República Mexicana. También recomendamos las tortas, los tlacoyitos y el rellenito. Si vas en viernes o sábado están poniendo una parrilla en la parte de afuera, en donde acomodan camarones o filete de atún a las brasas; el punto es que felizmente cambian siempre los platillos de la parrilla.
Y como estamos en la Roma, es costumbre esos lugareños de lentes de armazón y cabelleras en desorden, acompañar las comidas con alguna cerveza mexicana y cerrar con algunos mezcales en lo que se mira caer la tarde.