Los tacos deben ser baratos o no ser. Faltar a ese principio equivale a profanar la naturaleza del platillo mexicano más popular y callejero de la historia. Y no son pocos los que se han atrevido a romper esa armoniosa relación costo-beneficio. ¿Su excusa? Estar en las Lomas, Polanco o la Condesa. Por fortuna, existen las excepciones y el Faraón es una de ellas.
Los básicos de cualquier taquería se sirven aquí en el tiempo y forma adecuados: la carne al pastor bien cocida, con las orillas doradas —nunca chamuscadas—, el bistec y la costilla jugosos y el chicharrón de queso tan crocante y grasoso como si se tratara de uno de carne. Las salsas son espesas, con ingredientes frescos.
Así como en los restaurantes japoneses un indicador de que se trata de un lugar confiable es el número de comensales nipones, toparse con maestros taqueros en una taquería es una señal indiscutible de estar en buenas manos. Gus (de Tacos Gus) es uno de los clientes habituales de este lugar.