Sólo un lugar del DF puede presumir la leyenda de que, entre sus paredes, el “Che” Guevara y Fidel Castro planearon la Revolución Cubana. El Café La Habana está lleno de relatos sobre comensales célebres y momentos históricos que han sucedido al calor de una taza de su café, ilustrados por algunas fotografías del lugar y una placa con nombres conocidos. Miembros del personal que llevan hasta 50 años trabajando ahí, cuentan alegremente las historias del café que hoy en día es más frecuentado por los oficinistas de la zona a la hora de la comida, que por revolucionarios y poetas.
Como un acto nostálgico quizás, el lugar no ha cambiado mucho desde que abrió en 1954. Los pardos tonos de la decoración hacen creer que uno se encuentra dentro de esas fotografías viejas y, en un momento que podría parecer escrito por Woody Allen, ver a todos los personajes que en su época frecuentaron el café. Roberto Bolaño en la mesa de enfrente, cubriéndose con el menú al ver que acaba de entrar Octavio Paz; intentar escuchar la conversación de la barra, donde Fidel Castro y el “Che” Guevara discuten el que parece ser el mayor de los secretos; o buscar los rastros de la familia Buendía y qué guarda este lugar que pudo haber inspirado a García Márquez.
Si te interesa planear una revolución, escribir la próxima gran novela latinoamericana o hacer el no menos loable descanso oficinista, mi recomendación es el café habana en taza, un espresso acompañado de una espumosa taza de leche condensada, o un cappuccino deconstruido, como le dirían hoy.
Para el amante del espresso está el café bombón, un espresso doble cortado, ligeramente espolvoreado con café molido. Es una bebida de sabor muy intenso que puede ser subestimada por un nombre tan dulzón. El grano es veracruzano, tostado y molido ahí mismo y está disponible por kilo para llevar.
En la sección de alimentos hay un menú ejecutivo o platos fuertes como pastas, tortas, o el queso fundido que recomiendo ampliamente. Los precios son proporcionales a la cantidad de historias y secretos que custodia el lugar pero, definitivamente, cada sorbo de su café vale la pena.