Hace alrededor de 17 años, Café La Gloria abrió sus puertas en la Condesa, sin sospechar que las casas art decó del barrio pronto se convertirían en antros, tiendas y restaurantes. Toda proporción guardada, ahora que la Roma experimenta un momento de efervescencia similar, uno de sus restaurantes más representativos es Broka, donde el chef Marco Margain da rienda suelta a sus atrevimientos culinarios desde hace tres años.
Lo que inició en un local de apenas 36 metros cuadrados, pronto se amplió hacia el enorme patio de una casa porfiriana, donde el hoy tan en boga mobiliario de autor invita a disfrutar de un ambiente desenfadado. Aquí comienzan las sorpresas: es muy fácil no encontrar el lugar, pues además de un pizarrón ubicado en la banqueta, el lugar no tiene un letrero, ya que Margain prefiere que los comensales lleguen por la recomendación de un amigo. Afortunadamente, una vez que Foursquare haga lo suyo, un mesero te invitará a pasar al patio a través de la cocina, recurso que sirve para despejar cualquier incógnita sobre la higiene de este espacio.
Después llega la segunda y afortunada sorpresa: el menú de tres tiempos (entrada, plato fuerte y postre) cambia todos los días, buscando con ello incorporar los alimentos más frescos, según la época del año. A la hora de la comida hay un menú sorpresa: un día te toca cochinita pibil y otro faláfel, por ejemplo. Con lo que sobra, preparan tapas por las noches para degustar algún mezcal o una copa de vino, y así evitan desperdiciar comida. Los ingredientes mexicanos son los protagonistas del menú. Aquí puedes probar un huazontle o una verdolaga, los cuales se fusionan con muchos otros sabores.
El entusiasmo de los meseros para atender a los clientes es particular (aunque visten parecido a sus homólogos condeseros, aquí el rockstarismo es inexistente), por ello, no nos explicamos por qué el plato fuerte (una filete de res sobre una cama de fusilli) llegó un tanto frío a la mesa. Sin embargo, y a juzgar por visitas anteriores, pareciera un inconveniente por haber llegado a la hora pico.
La iluminación del patio y los acordes de jazz invitan a la sobremesa, que se extendió lo suficiente para observar que Broka convoca todo tipo de personas: músicos que discuten las inconveniencias de ser indie, intelectuales solitarios con libro en mano, oficinistas cool de la zona, hipsters que reniegan de serlo y uno que otro mirrrey aventurado; todos cómplices de un instinto inapelable: probar comida casera en un ambiente relajado de la colonia de moda.