Muchos lo consideran el mejor lugar de cocina francesa en la capital –por eso casi siempre está lleno– y no decepciona.
Es elegante por la gente que lo frecuenta y su refinado gusto en la decoración: fielmente copiada del restaurante original parisino. Desde los cómodos asientos de intenso rojo, las lamparitas y los dibujos de flores en las paredes hasta la exuberante presentación de los platillos, ayudan a sentirse en la ciudad luz.
Por su sesgo marino, es tradición comenzar con ostiones frescos de distintas regiones de Francia y de México, como las patas de cangrejo, almejas y cayos. También recomendamos la clásica sopa de cebolla, los caracoles, la ensalada de pato ahumado, la trilogía de salmón o la alcachofa con cangrejo.
Para seguir, se antoja un sencillo y perfecto filete bordalesa con tuétano, el rico huachinango con pasta de aceituna, la costra de almendras, el arroz cremoso.
Guarda lugar para postre. Intentaré ser breve en las elecciones de nuevo, pero son tan buenas que es difícil no hacerle justicia a cada platillo. Recomiendo: las crepas flameadas, la isla flotante, la muy rica y crujiente tarta de pera o la crema quemada.
El menú es extenso y está lleno de clásicos, así que podrás regresar y seguir conociendo platillos.