Umami, la quinta sensación gustativa, es un sabor sutil pero prolongado que induce la salivación, lo que viene siendo “sabroso”. Esta palabra, que describe la palatabilidad de los alimentos, fue concebida por un japonés al darse cuenta que su sopa de alga tenía un sabor único.
El restaurante de la Asociación México Japonesa, pequeño templo del umami, fue uno de los primeros nipones en la ciudad, mucho antes de que nos invadieran los otoñittos. La experiencia es un breve viaje a Japón, ya que el lugar también facilita cursos de idiomas, de artes marciales, de caligrafía japonesa y de baile.
Por dentro, el lugar es un tanto occidental y es evidente que no ha cambiado mucho desde que fue inaugurado, en los sesenta.
Para quienes gustan de estar en la primera fila, las mesas de teppanyaki son una buena opción. Sin embargo, si sólo traes un acompañante, recomiendo las mesas para dos en el balcón, con vista al jardín de la contemplación, un pequeño oasis botánico que me pareció haber visto en Mulan.
Entonces sugeriría pedir el kaikan, menú de degustación para dos personas que inicia con yakimeshi, sopa de alga y una pequeña ensalada. Después, un plato enorme de tempura mixto y otra sección de manjares empanizados: pulpo, lomo de cerdo, kushiages de plátano y queso. Lo sucede una exquisita selección de sashimi de robalo y salmón, y una charola con maki sushi de atún, que hacen imposible dejar los palillos sobre la mesa.
Para terminar, el menú incluye un camelad, gelatina de café con helado de vainilla que remata en el estómago, haciendo ya imposible saludar con una reverencia.
A pesar de que el espacio no luzca tan oriental, es sorprendente ver la cantidad de japoneses que lo frecuentan. Comensales a quienes, cuando les toman la orden en japonés, se les abren los ojitos, sonríen y dicen “hai, hai” al escuchar las sugerencias. Definitivamente, si de algo saben los japoneses es del umami.