Una ubicación estratégica en la calle Puebla presagia lo que se cocina en el interior del Angelopolitano. Los moles son la especialidad de la casa y es en este apartado donde el chef Gerardo Quezadas le da rienda suelta a los sabores para ofrecer varias derivaciones de mole poblano, como el mole de higo, de chabacano, de jamaica o de zarzamora.
Fui un domingo por la tarde y encontré el restaurante prácticamente lleno, una buena señal que se corroboró más tarde en la mesa. La decoración mezcla fotografías familiares del siglo XIX con arquitectura contemporánea; en general, se respira un ambiente muy familiar y relajado.
Un vistazo a la carta atisbó el dilema de qué ordenar, pues el menú incluye platillos poblanos tan queridos como el manchamanteles, el pepián verde o el pepián rojo con cerdo y chilacayotes. Como entrada ordené unas chalupitas –rojas con lomo de cerdo y verdes con pollo–, las cuales decepcionaron un poco a la vista pero no en sabor, pues la salsas están bien logradas en el nivel de picor y sazón. Si tienes antojo de sopa dale oportunidad a la crema poblana, espesita, de estilo casero y sabores sutiles. Al verla, agradecerás la omisión del elote –es más, ni hace falta–, pues se sirve con nueces y queso camembert.
El champandongo, especialidad de la casa, es un tipo de pastel azteca que recuerda a las enchiladas, pero con un toque refinado. Capas de tortilla horneada guardan una mezcla de pollo, nata y queso que se presenta en un timbal bañado en mole y decorado con un poco de crema. La virtud del platillo es la textura suave del pastel y la sazón equilibrada del mole, que en ningún momento atosiga el paladar; el único “pero” sería el tamaño de la porción, pues es bastante grande y hay que tomar en cuenta que se trata de un tercer tiempo. Probé también la pechuga de pollo, rellena de queso de cabra y nueces en mole de higo. Fue un hallazgo muy alegre: la carne jugosa se complementa con lo agridulce del mole y la suavidad del queso, en verdad un acierto. Si aún tienes lugar para el postre, tienen flan de tequila horneado que, aunque su consistencia es buena, pierde un poco el sabor del destilado.
Los meseros dan un servicio muy atento y amigable. En la planta baja tienen una pequeña tienda con productos poblanos como rompope, licor de pasita; salsa, mole y dulces regionales. En conjunto, el esfuerzo de este rincón poblano se agradece por lo honesto de su cocina y su cariño a lo tradicional.