No hace falta ser muy perspicaces para intuir que el nombre hace alusión al mar; lo que uno no adivinaría nunca es que este establecimiento ofrece doce variedades de sal provenientes de todo el mundo: sal blanca de Coyuca, sal rosada de los Andes Peruanos, flor de sal de Coyutlán, sal negra de Hawaii, sal Maldon, sal de Chipre, sal gris de Guerande, sal roja de Alaea, sal ahumada de Alderwood, flor de sal de Guerrero Negro, sal rosa del Himalaya y sal de gusano de Oaxaca.
El restaurante ostenta una decoración algo ecléctica; tiene el piso de pasta que se usaba en el siglo XIX y que se ha vuelto a fabricar combinado con azulejos tornasoleados en las paredes –digamos que dan una sensación de alberca–, un par de refrigeradores viejos de colores vivos y perfectamente restaurados, recuerdan a un lugar para comer mariscos en el Acapulco de los cincuenta, las mesas con acabado de mármol y base de metal negra parecen antiguas y se complementan con un recipiente pequeño de vidrio en forma de gallinita que contiene los diferentes tipos de sal.
Si te gusta el sabor ahumado y los esquites, lo más recomendable es pedir el ceviche a la leña con calamares, camarones y mero sazonado con cebolla morada y chile cuaresmeño además del incomparable sabor que le dan los elotitos asados.
Otra opción, aunque no es muy abundante, es pedir la degustación de ceviches para probar poquito de todo: el Agua & Sal, muy dulce con salsa de piña, cacahuate y aceite de ajonjolí; el de atún en salsa de tamarindo y soya con pepino, aguacate y cebolla morada; por otro lado el peruano, mucho más acidito con lenguado en leche de tigre, choclo, cancha y camote cocido, y finalmente el delicioso veracruzano hecho con mero en salsa de cilantro, pepino, cebolla y chile jalapeño. Para el postre, la mejor opción son los rollitos de plátano con ralladura de coco acompañados de helado de vainilla y café espresso.