De nueva cuenta la comparación con Chapultepec se vuelve inevitable. Pero en cuanto a animales, es más pareja. Con casi 600 ejemplares, tiene casi la mitad de los que habitan en Chapultepec, pero con algunos casos mejor logrados.
Uno de los programas consentidos de este lugar es el de reproducción del lobo mexicano, una especie originaria de México y Estados Unidos de los cuales existen solo unos 400 ejemplares. Aragón fue en 1987 el primero de los zoológicos del DF en recibir parejas de estos caninos para ayudar a recuperar la población y apenas fines de 2013 nacieron cuatro cachorros. Pero claro, todos se pueden llevar una decepción como la mía, que llegué exclusivamente a visitar a los famosísimos lobos aragoneses y ellos nunca se dignaron a salir. Entre las 126 especies del zoológico también se encuentra el jaguar, el águila real, el hipopótamo, distintas focas… una colección de biomas del mundo que uno nunca se imaginaría cuando circula en los horribles peseros del Eje 4 Norte, Talismán.
La entrada del zoológico es mi favorita. Tras descubrir que es gratis, encontré un centro educativo donde los niños escuchaban de animales que tal vez nunca conocerán en estado silvestre y, a unos pasos, un jardín demasiado bien cuidado resultó ser de plantas medicinales. Otro lugar formidable (ok, para algunos aterrador) de este zoológico es el herpetario, que tiene una vasta colección de escamas y colmillos. Es el lugar perfecto para admirar una anaconda y sacudirse los prejuicios que de estos magníficos animales nos han dejado las películas.
Por las tardes, también es posible mirar el vuelo de aves rapaces. Esto se me hace significativo en un valle que hace siglos era sobrevolado por águilas endémicas y que ahora solo ve, de vez en cuando, el vuelo de la mascota del América sobre el Estadio Azteca. Pero eso sí, la comida no es buena. Hay algunos kioskos con hamburguesas o pollos rostizados, pero lo mejor es llegar bien comido.