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Finalmente, el pan del restaurante Rosetta tiene un espacio propio. Su larguirucha barra y bancos de madera, el techo bajo, la luz amarillenta y el ambiente como de bodega invitan a entrar, más que a salir. Casi en la entrada, dos pequeños pizarrones contienen de forma concreta lo que se puede encontrar. Mas allá del pan para consumo cotidiano, como chapatas o pan campesino, es fácil aficionarse a la barra hecha de nueces, pasas y chocolate, al rol de queso ricotta con avellanas o al de almendras. En plan salado, a las crocantes focaccias o al pan de pulque con anís. Entre otras cosas, venden conservas y mermeladas caseras.
Fundada en 1983 por Patricia Ortiz Monasterio (su actual directora) y Jaime Riestra, su esposo, la OMR se ha convertido en una de las galerías más prestigiosas del país por el buen complemento que tienen entre artistas mexicanos y extranjeros, su variedad de soportes y disciplinas, y las muestras que, en su mayoría, comunican un gusto por lo monumental, lo geométrico y algo que evoca nostalgia, melancolía, un vacío indescriptible. Lo interesante es que no son artistas tan críticos, ni políticos, sino estéticos. Hoy en día, el hijo de Patricia y Jaime, Cristóbal Riestra tiene a su cargo el 52, una galería dentro de la galería, la cual está especializada en proyectos mucho más arriesgados, como lo es el uso de nuevos medios.
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Sencillo pero sofisticado. Un restaurante que no intenta demostrar nada, su comida habla por sí misma. La carta: cuatro tiempos de gastronomía bajacaliforniana con un toque urbano. Platillos elaborados creativamente por uno de los mejores chefs de México, Jair Téllez. El lugar cuenta con una atmósfera amistosa y decoración simple llena de toques de madera, como para que el comensal se enfoque sin muchas distracciones en la comida y la bebida. Su selecta cava favorece a los vinos de Baja California. También se ofrecen cervezas artesanales. En todos los platillos el chef procura ser lo más fiel a los ingredientes que compra al día, escogidos con altos estándares y utilizados generosamente. Orgánicos, libres de hormonas y, preferiblemente, locales. Por lo mismo, la carta es impresa a diario y puede que los platos cambien si un ingrediente no cuenta con la calidad deseada. Elige el platillo que se te antoje, aquí puedes confiar en que lo que pidas no te defraudará. Algunos de los favoritos son el risotto de tuétano y la quijada de cerdo. En el cuarto tiempo, el menú ofrece postres originales para ir al cielo y de regreso, como el pastelito de almendra con tapioca, plátano dulce y helado de plátano. En un día caluroso prueba el granizado de jamaica, con mezcal, sorbete de mandarina y sal de gusano.
En este pequeño local junto a los Bisquets de Álvaro Obregón está la miniburger más famosa de la ciudad, con papas hechas en casa. Aquí “todo el mundo” se reúne. Desde la cola del baño hasta la sobrepoblada banqueta, encontrarás a la escena “cool” de la Roma. Si llegas temprano, podrás ser de los afortunados con mesa, o con banquillo en la barra. Y si no, siempre cabes parado en la banqueta. De cualquier forma, es un rincón ameno para acompañar la plática con tragos. En pocos lugares sirven tan buenos Hendricks preparados con pepino como aquí, pero además cuentan con una interesante variedad de cocteles. Y de mezcales. Ah, los peligrosos mezcales. Los sirven generosamente, y los barmans acostumbran darte un trago extra si has demostrado el aguante y la templanza de un buen bebedor.
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Por más de dos décadas, su piso ha atestiguado los mejores pasos de la urbe dentro de sus círculos de dance-offs. Ahí, todo tipo de personajes de la ciudad –bailarines, hipsters, fresas, rucos y taxistas– se unen por el amor al desgaste de suelas. Lo mejor es ir en las noches de los ochenta, noventa y dos miles, que son mucho más amigables que las intensas de high energy, que podrían parecen muy sanas para los inocentes: todo mundo tiene una botella de agua en la mano. (Para saber qué toca hay que checar el calendario en la página). Vale la pena asomarse un rato al círculo de competencia de baile y ver los asombrosos pasos de quienes van cada viernes. Ellos, los héroes del lugar, se toman el baile en serio y van de pants, aunque nunca faltan las que no supieron y fueron de vestido y tacones. Lo más recomendable es ir cómodo. Todo esto da un feeling de esas películas taquilleras adolescentes de concursos de baile. Tras la adictiva primera visita podrás llegar a pensar que los viernes fueron exclusivamente creados para celebrar en esta bodega de paredes pintadas de colores neones, que bien podría haber sido un lugar de laser tag. Una bola disco y vigorosas luces estrambóticas son más elementos del encanto propio del lugar. Entre tanto baile, y a falta de aire acondicionado, el sudor fluye sin pudor alguno. Para saciar la sed en este magno-sauna hay dos opciones: agua y cerveza. Comprarlas implica hacer una fila (kilométrica, a veces), conseguir una ficha y cambiarla en la ba
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