Una voz siniestra grita «¡Corra que viene la presencia!» mientras las puertas del oscuro lugar se azotan solas. Al bajar las escaleras, todos los participantes del recorrido paranormal ríen de manera nerviosa –para ocultar su temor– o abren los ojos para cerciorarse de que todo terminó.
Al salir, de una supuesta casa embrujada, los aventureros, con el rostro desencajado, piensan que las voces y lamentos que presenciaron minutos antes fueron montados. Los menos valientes creen que de verdad “ahí hay una vibra rara”, pero nadie cuestiona el precio o
la duración del tour. De aquella experiencia podemos recoger que nos encanta pagar para que nos asusten. No hay duda.
La capital tiene recintos con ecos trágicos de la historia –entiéndase por independencia, revolución y matanzas–, postales detenidas en el tiempo de las atrocidades y crímenes que ahí
sucedieron. Estos espacios que generan morbo, producen dinero para algunos afortunados.
En CDMX se ofertan atracciones macabras, recorridos de leyenda o tours paranormales. Las experiencias turísticas que ofrecen atractivos ligados a la muerte, el dolor o los desastres vieron su auge y nombre oficial en 1996 cuando el llamado dark tourism se expandió por el mundo. Nadie imaginó que años después de las matanzas del “Destripador de la Merced”, que abusó de trabajadoras sexuales en el Centro o “El Estrangulador solitario”, que nuca fue detenido y asesino a 15 homosexuales en la Roma, serían sitios que pueden incluirse en
“inocentes” recorridos con café caliente en mano.
Este mes nuestro especial describe y explora el legado de todos estos puntos de interés en
el turismo oscuro citadino. Viaja al pasado, al dolor y al morbo en cualquier época del año pues la mayoríade estos lugares están abiertos al público. Encuentra el sentido de la vida en la
muerte. Al final del día, a los únicos monstruos que debemos temer en la ciudad es a aquellos
que caminan entre nosotros.