Para ella, los hermanos Juan y Manuel Islas esculpieron sobre una pieza de mármol de Carrara traído desde Italia, una mujer de tamaño natural que representa a la patria en cuyo regazo descansa el cadáver de Juárez tal cual y como murió de angina de pecho dentro del Palacio Nacional. Dos escaleras permiten el acceso y en las rejas se leen las letras “BJ”. Todo cubierto por un minúsculo partenón de 16 columnas.
Porfirio Díaz fue el encargado de inaugurarla depositando una corona fúnebre. Se leyeron largos elogios, poesías y dedicatorias escritas por Guillermo Prieto, Hilarión Frías, Juan Mateos y José María del Castillo. El evento fue tan aclamado, que al día siguiente las coronas florales tapizaban el mausoleo de pies a cabeza. Montones de flores, cartas y honores no permitían siquiera entrar la luz del sol al monumento.
En un tiempo en que la masonería aún era secreta, sus miembros llegaron a escondidas al sepulcro y comenzaron a grabar la tumba con distintos símbolos. Aún se puede ver algunos encima de las columnas y en el rosetón, donde un obelisco luce una rama de palma y un pensamiento. Luego se fundió un conjunto de esferas con símbolos masones en las rejas.
Cuando el panteón fue abandonado y la nueva meca de Juárez se estableció en la Alameda, la tumba cayó en el olvido. En 2002 le robaron un dedo del pie a Benito y luego uno de la mano. La noticia llegó rápidamente a Oaxaca y fue la misma población quien juntó 100 mil pesos para su restauración, pero en esta, desaparecieron las esferas masónicas. Ironías de la vida para el hombre del “derecho al respeto ajeno”.
La tumba hoy permanece en pie dentro del Museo Panteón de San Fernando de la Ciudad de México; el cual puedes visitar de martes a domingo, y aunque el epitafio no lo menciona, fue abierta tras la muerte de Juárez para depositar los restos de sus cinco hijos y su esposa, todos muertos antes que él.