No estudió arte. Seducida por las letras, asistió a la UNAM y luego a la Sociedad General de Escritores de México (Sogem).
Se mudó a Tijuana para ser editora de la revista Viceversa, pero el destino le tenía una sorpresa. Animada por un colectivo de arte, hizo sus primeros óleos con los que ganó un concurso y hasta se los compraron. En esta ciudad, en la que vivió 15 años, montó su primera exposición formal, Gordas, en la que explotó la temática de los estereotipos y de la industria del adelgazamiento.
Tania Candiani es una narradora visual
y sonora. Es traductora de lenguajes y de significados. Experimenta con arquitectura, textiles y nuevas tecnologías para producir discursos sobre temas sociales y de género.
En su exposición Cinco variaciones
de circunstancias fónicas (2012) -en el Laboratorio Arte Alameda-, la mexicana creó un órgano parlante. Le adaptó dos teclados, uno musical y otro a partir de una máquina de escribir. La gente podía teclear y escuchar sus ideas, gracias a un sintetizador de voz.
En 2011 recibió la beca Guggenheim,
el subsidio más anhelado por artistas de Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe.
Es la segunda mexicana en hacer una residencia en la destilería Glenfiddich, de Escocia. Parte a Europa este año.
"La idea es trabajar con los materiales con los que se procesa el whisky. La destilación tiene algo de alquimia y ésta algo de magia. Así es como funciona la tecnología. Me interesan los procesos antiguos y
lo sonoro. Trabajo en las barricas y con los gaiteros. Quiero que la gente local
se identifique con la pieza", explica Candiani.
"La residencia más larga que he tenido fue de cuatro meses en Nueva York. Ya me quería regresar. Extrañaba al novio y al gato. Al primero lo podía ver por Skype, pero el segundo no me reconocía por ahí. En Escocia estoy en un lugar aislado. La ciudad más cercana está a media hora. No tengo distracciones, como eso de poner la lavadora", cuenta Tania.
Aquí se detiene el tiempo. Objetos de vidas pasadas adquieren un nuevo significado conferido por Tania. En cada centímetro se siente la nostalgia por lo obsoleto, la pasión por los mecanismos antiguos, por lo genuinamente vintage. Comparte el piso con el artista Enrique Ježik, su pareja, y con Fellini, su gato.
"Llevamos seis años en esta casa. Fue una suerte encontrarla porque tiene una parte techada, en la que se puede hacer carpintería y trabajar con materiales como cemento, carbón y soldaduras", afirma Tania.
El taller es de dos pisos. La planta baja se divide en dos: la parte izquierda es para Candiani; la derecha, para Ježik.
"Arriba tengo una oficina que convertí en un cuarto para mis máquinas de coser. Cuando estoy aquí, investigo y dibujo", relata con un ligero acento norteño, el que le queda de su antigua residencia en Tijuana.