En 2013, me postulé para una vacante en una revista de entretenimiento. Mi experiencia cumplía con los requisitos publicados por el área de recursos humanos y me dieron cita para entrevista, primero con una persona de RH y después con el director editorial. Cuando estaba a punto de terminar la sesión con este último, él cometió el acto más misógino del que he sido parte laboralmente: “Tu perfil está muy bien, cumples con todo. Pero tu problema es que eres mujer”.
Si en las anteriores líneas cometo una de las más graves faltas del periodismo, ponerme al centro de la historia, es porque esa anécdota personal seguramente es compatible con las vivencias de muchas mujeres en la Ciudad de México y en todo el país; así se los hayan dicho explícitamente como fue en mi caso o simplemente los reclutadores decidieran ignorar sus perfiles.
Las consecuencias de estas vivencias individuales, que se resumen en actos violentos discriminatorios y misóginos, han sido caso de estudio en investigaciones de organismos internacionales y nacionales. En un estudio realizado en 2017 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México registraba la segunda tasa de participación laboral femenina más baja de los 36 países miembros; el primer sitio lo ocupaba Turquía. Por su parte, el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) reportó en el último cuatrimestre de 2020 que la participación de las mujeres en el mercado laboral se redujo de 45 a 39%, siendo uno de los sectores que más vio afectado su trabajo a casua de la pandemia.
En concreto sobre la brecha salarial por género, la OCDE publicó en 2019 que en nuestro país la diferencia entre los sueldos de hombres y mujeres corresponde a 18.8%, una de las más grandes de los países miembro; la brecha salarial promedio entre los integrantes de la OCDE es de 13%.
Así que la brecha salarial existe y se debe a cuatro razones principales: 1) La discriminación en el lugar de trabajo, 2) La diferencia en los sectores laborales en los que históricamente se han desempeñado los hombres, 3) La escasa participación de las mujeres en puestos de liderazgo y de alta dirección, 4) La falta de políticas de conciliación de la vida personal y profesional.
Es por eso que, con o sin la sombra del Coronavirus, muchas mujeres se ven obligadas a emplearse en la informalidad, lo que implica una precariedad laboral, con salarios bajos y falta de prestaciones y de seguridad laboral.
Que el panorama cambie depende, entre otras cosas, de quiénes ocupen puestos de toma de decisiones en las distintas áreas laborales. Por eso, en esta edición nos acercamos a mujeres que han avanzado en sus campos de trabajo, para que compartan su experiencia y nos digan cómo aprovechan sus actividades diarias para reducir la brecha.
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