En una primera mirada, es sólo un territorio enorme contiguo al aeropuerto, poblado masiva y caóticamente, con una apariencia gris y una eterna capa de polvo en el aire. Pero visto a detalle, no se trata de la Siberia del DF desolada y peligrosa que algunos señalan, sino de un lugar con personalidad sui generis repartido a lo largo de cuatro estaciones de la Línea B del Metro.
Su constante son los espacios deportivos. Un defeño soberbio tal vez nunca lo sepa, pero Aragón tiene algunas de las mejores canchas y ligas de beisbol en la ciudad, por ejemplo. El ícono de la estación Deportivo Oceanía lo dice todo. Después de cruzar Oceanía y ver un canguro, te encuentras con un koala que abraza un balón. Esto parece dejar en claro dos cosas: que el futbol es común en esos llanos y que estás lo suficientemente lejos como para que los símbolos locales sean animales australianos.
Además, Aragón tiene uno de los mejores zoológicos del país, con habitantes improbables para su paisaje modesto.
Años de plantar árboles para controlar el polvo salitroso que dejó el desecamiento de los últimos resquicios del lago de Texcoco, ha dado espacios interesantes como el Bosque de Aragón, un Chapultepec del oriente que, aunque más modesto, sirve exactamente para lo mismo. Entre sus casas modestas puedes encontrar un ocasional puesto de gorditas que bien le da una lección de sazón y originalidad a muchas cocinas de autor. Cuando visites este lugar, deja a un lado los prejuicios y disponte a entender a esta otra ciudad, que está dentro de otras ciudades.