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Mirándolo de manera pesimista, el Palacio de Bellas Artes es un Frankenstein arquitectónico. De manera optimista, es un edificio de arquitectura ecléctica. De manera meramente funcional, es un catálogo de mármoles finos de todo tipo. Pero estamos siendo irónicos.
Resuenan las campanas del templo ubicado en el ombligo de la ciudad, todas menos una. De las 40 piezas de metal que habitan el campanario hay una que siempre está callada, le llaman la “castigada” porque ocasionó la muerte de un campanero hace un siglo. La catedral metropolitana guarda desde hace 200 años una gran cantidad de historias, algunas fantasiosas y otras reales, pero ocupa lugar en libros de historia y en la memoria colectiva de los habitantes de la ciudad.
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Siempre fue un colegio. Se reabrió como espacio cultural en 1992 y a partir de ese momento ha albergado algunas de las exposiciones temporales más memorables que ha presenciado la ciudad. Dentro del recinto se encuentran diversos murales de artistas como Jean Charlot, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y “La Creación”, el primer mural de Diego Rivera.
Una fiesta de colores se despliega a cada paso en este mercado de artesanías: los estantes con calaveras, jarros, cabezas de jaguar hechas con barro negro, madera o con decorado huichol; juguetes tradicionales, canastas de palma, talabartería; jarrones, macetas y platos de talavera; alebrijes o reproducciones de piezas prehispánicas.
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Si lo que buscas son documentales, cuenta con un acervo de alrededor de 5 mil títulos. Las producciones están disponibles de manera gratuita para que las veas en sus instalaciones. No hay préstamos a domicilio.
Carlos Monsiváis fue quizá el amigo que todos hubiéramos querido tener y con el cual compartir, aunque sea una vez, esas famosas tardes de películas y charlas entre libros y gatos que relatan sus más cercanos amigos y contemporáneos. Actualmente, tenemos la oportunidad de sentirnos comensales del escritor gracias al Museo del Estanquillo, que se ha convertido en la extensión del cronista contemporáneo de la ciudad de México.
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Es el tercer restaurante-bar más viejo de México. Famoso por la leyenda que cuenta que Pancho Villa disparó al techo. Comenzó siendo una pastelería de élite, en la esquina de la Torre Latinoamericana, en la época en que Porfirio Díaz quiso afrancesar la ciudad. Luego, en 1895, se mudaron al lugar que desde entonces ocupa. Pide los caracoles en chipotle. Para brindar no fallan los tragos tradicionales (vodka, tequila y ron) o el coctel ópera, preparado con su receta secreta.
A cargo del chef Ricardo Muñoz Zurita, conocido también como el antropólogo de la cocina mexicana por su trabajo de investigación y rescate a las tradiciones culinarias, este proyecto gastronómico no podría estar en mejores manos. Se trata de una variante de la serie Azul, que inició con el ya clásico Azul y Oro, en Ciudad Universitaria.
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