Existen muchos y muy diversos acercamientos a la figura de Judas Iscariote, desde películas clásicas como la española El Beso de Judas (1954) y su calculada intensidad, hasta estupendos e interesantes musicales como Jesucristo Superestrella que derrochando un trágico espíritu lúdico, pasó con éxito del teatro a la gran pantalla en 1973.
Algunos, lo hicieron buscando explorar sus motivaciones, otros más concentrándose en exponer las preguntas que surgen con respecto al papel que le tocó llevar en la caída y resurrección del mesías, momento cumbre dentro de la tradición cristiana.
Pero de entre todos ellos, pocos poseen la fuerza reflexiva de la narración, la potencia emocional que sustenta las imágenes, así como la elocuencia del discurso de fondo que ofrece el relato de Jeff Loveness, quien, por cierto, cuenta con llamativas colaboraciones para Marvel, en títulos como Nova y Groot a los que bien vale la pena también darle un vistazo; sin embargo, en este caso estamos hablando del que quizás sean el mejor de sus trabajos.
Destaca de inicio la inquietante parsimonia del desarrollo, así como la austeridad que permite una sobria agudeza a los diálogos acompañados de citas bíblicas, sobre una estructura al estilo de la divina comedia, que lleva al personaje por escenarios espectrales y enfermos de dolor, para ir lanzando melancólicos cuestionamientos que resquebrajan las sentencias que siempre han acompañado su figura.
La réplica ideal la da la propuesta visual con aire de ensueño perpetrada por Jakub Rebelka -quien ha participado en los videojuegos The Witcher 2 y Shadows Warriors-, cuyas claras reminiscencias a la obra del célebre artista austriaco Klimt y a su pintura más famosa llamada “El beso”, se convierte en una sugestiva referencia, encontrando así una sofisticada identidad entre la estilización pictográfica de los escenarios donde siempre parece haber más de lo que se ve a simple vista, y lo irresistible de la mustia humanidad que transmiten los rostros.

Judas es, pues, una terrorífica, pero al mismo tiempo bella y conmovedora declaración sobre la naturaleza de quienes llegan a ser denominados como villanos, en este caso el que es considerado como el peor de todos; así como de cuál es el funcionamiento del libre albedrío entre bálsamo de conciencia, lo que sumerge al lector en un pasaje febril lleno de atmósferas inquietantes en secuencias tan retorcidas.
Igual de seductoras y calmadas, convirtiéndole en cómplice, víctima y juez, tal y como sucede con el protagonista, quien se debate entre el resentimiento y la culpa en toda su irreparable magnitud. Esto para encaminarse a una inesperada redención, que de principio le da la oportunidad de buscar y encarar a aquel que fue la causa de su estigma, para luego recibir las respuestas a sus reclamos, y así entender para poder elegir cuál es su verdadero rol en la llamada “historia más grande jamás contada”.
Judas llega a México bajo el sello de Panini Cómics, a través de una elegante edición de un solo tomo en pasta dura, que recopila la miniserie y por supuesto incluye maravillosas portadas alternativas. Se trata de una obra recomendable no únicamente para los iniciados en el mundo de los cómics, sino para el público en general y sobre todo aquellos que están ávidos de productos que capaces de ir más allá del mero entretenimiento.