Lucha libre en la Arena México de la CDMX
Foto: Alejandra Carbajal
Foto: Alejandra Carbajal

Mi primera vez en las luchas

¿Se puede vivir en la CDMX sin haber ido a una función de lucha libre?

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Nunca había ido a las luchas hasta la pelea del segundo viernes de agosto en la Arena México; cuando fui testigo de una batalla de grandes: Okada, Último Guerrero y el Negro Casas versus Místico, Diamante Azul y El valiente. Y no es que estuviera ajeno a este universo tan nacional y tan nuestro, pues es imposible no ser tocado en algún momento de tu vida por las perfectas máscaras, las películas del Santo o de Tinieblas, los miniluchadores de plástico con rebaba, el tradicional grito “los rudos, los rudos, los rudos”, o las cemitas de las afueras de la Arena Puebla (sí, soy de allá). Pero fue hasta los veintitantos años que decidí vivir esta experiencia que pareciera sacada de un cómic o de una excéntrica película de culto.

El mejor lugar en el mundo para ver lucha libre...

Para llegar a mi asiento tuve que rodear la arena por fuera, entre puestos de palomitas, cervezas y Maruchan. Ya en mi lugar, las mentadas de madre y los chiflidos eran tantos que no entendía quién apoyaba a quién. Fue cuando me cayó el veinte de que estaba en el más grande y el mejor sitio del mundo para ver lucha libre. Y es que este mismo lugar en la Doctores fue la Arena Modelo que Salvador Lutteroth recuperó para dar vida a la Empresa Mexicana de Lucha Libre, en 1943 se fundó la Arena Coliseo en la calle Perú 77 y 10 años después la actual Arena México, en el mismo terreno donde inició todo en la Doctores.

Foto: Alejandra Carbajal

¿Qué onda con los rudos y los técnicos?

Comenzaba a sentir ese gran espacio con pantallas gigantes, vendedores, acrobacias, saltos y dimes y diretes entre luchadores y público, cuando mi novio trató de explicarme quiénes eran los rudos y quiénes los técnicos. No hice mucho caso porque ya estaba en contienda Atlantis, Kraneo y Guerrero Maya —acompañado de la mascota KeMonito— versus Gran Guerrero, Euforia y Rey Bucanero. Luego de que los rudos tomaron por sorpresa a KeMonito que acompañaba al Guerrero Maya entendí que los rudos son los malos, los tramposos, los que anteponen la fuerza, los amantes, mientras que los técnicos son los superhéroes, el bien, los que optan por la estrategia, los amorosos. Me enfrentaba a un mundo de fantasía, de mitos y monstruos que todos tenemos que vencer. En ese momento solté mi primer grito; una de esas groserías que en el futbol ya están prohibidas pero que aquí nunca desaparecerán.

El patrimonio cultural...

“¡Místico, salúdame… PERO A TU (GROSERÍA) MADRE”, coreaba un niño como de 8 años sentado frente a mí. Esta fue mi tercera sacudida, pues este septiembre, el Consejo Mundial de Lucha Libre celebra 85 años y pienso en las generaciones que han vivido este espectáculo que viaja entre el deporte y el circo. A este espíritu festivo se suma el hecho de que el pasado 21 de julio, la iniciativa impulsada por el exluchador Fantasma (Comisión de Lucha Libre de la Ciudad) se concretó con el reconocimiento del Gobierno de la CDMX a la lucha libre como patrimonio cultural intangible de la Ciudad de México.

Al calor de las chelas, las maromas de Carístico me hicieron claudicar y ya era un fanático más. Aunque no había ido a las luchas, siempre estuvieron ahí, como un pendiente, como algo que cualquier habitante de la CDMX debe vivir o con lo que cualquier extranjero debe sorprenderse. La Arena Coliseo, la tradición del CMLL, los domingos de Lucha Libre AAA en la TV, El Rayo de Jalisco, La Parka, Blue Demon y las tantas cabelleras y máscaras tiradas en el ring hablan de un patrimonio que no sólo es necesario sentir de primera mano, también es indispensable impulsar, apoyar y narrar. 

Por todo lo anterior, ábrele tu corazón o revive el segundo deporte más popular y querido en México: la sensacional LUCHA LIBRE.

Recomendado: KeMonito, la estrella más pequeña de la lucha libre.

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