Leyendas urbanas capitalinas

Cuando el sol se oculta, la silueta de un hombre montado a caballo se aparece por las calles. O eso cuentan los vecinos de Coyoacán, Tlalpan e Iztapalapa. Amablemente, se acerca a avariciosos y deudores ofreciéndoles dinero. Pacientemente, espera a que alguien acepte para así librarse de su infinita deuda con el diablo y que otra alma tome su lugar.

Cerca de ríos y cuerpos de agua se oyen los lamentos de la Llorona. El error de una bella y humilde mujer fue confiar en las promesas de un hombre adinerado. Cegada de ira y desilusión, ahogó a sus tres hijos producto del fallido amor. “Ay, mis hijos”, así suena el eterno llanto de una mujer arrepentida. Se dice que su lamento parte del Zócalo a todas las zonas altas de la ciudad.

Aún hay habitantes en la zona de los Dinamos que duermen con un espejo cerca de su cama. Ocultas en la belleza del bosque, las brujas ríen y realizan todo tipo de rituales. Los valientes que llegan de noche a las zonas olvidadas aseguran que se manifiestan como luminosas bolas de fuego mientras encuentran a su siguiente víctima.

Pacientes del Hospital Juárez aseguran ser atendidos por una enfermera de aspecto impecable. No sería extraño hasta que afirman que su uniforme no es de este siglo. Traicionada por un médico que le juraba amor, Eulalia cayó en una fuerte depresión que la llevaría a la muerte. Su alma aún pena por los pasillos en los que laboraba.

Se cuenta que en la estación de la Línea 5 del Metro una adorable niña te invita a jugar con ella. Es bastante extraño encontrar a una pequeña jugando a altas horas de la noche, pero quienes ha visto a este espíritu quedan helados al bajar la cabeza y descubrir que la pelota con la que los invita a divertirse es su cabeza.