Alejandra Carbajal
Alejandra Carbajal

Entrevista con el escritor Héctor de Mauleón

Platicamos con el autor del libro La ciudad que nos inventa

Publicidad

Imaginar el Zócalo como la primera gran panadería o como un excusado gigante es posible luego de leer las crónicas de Héctor de Mauleón. 

En este libro demuestras que la memoria de la Ciudad de México está en los periódicos antiguos. ¿Cómo fue el proceso?
Hace años descubrí la hemeroteca, no encontré periódicos sino novelas. Vi en el noticiario de Jacobo Zabludovsky que la señorita México mató a su marido. Al día siguiente fui a la exposición Asamblea de ciudades, que reconstruía la vida en México entre 1920 y 1950 y, curiosamente, encontré una foto en la que estaba esa mujer en el banquillo de los acusados. Fui por primera vez a la hemeroteca y seguí esa historia. Ella se enteró de que era casado y la iban a acusar de bigamia, así que le soltó una carga completa de una Smith & Wesson. El juicio conmocionó tanto a la Ciudad de México que pusieron bocinas en San Juan de Letrán para seguir los alegatos. Me di cuenta de que los periódicos son un sistema de vasos comunicantes. Así me hice un asiduo de las hemerotecas.

De todo lo que leíste, ¿qué momento de la ciudad te impactó?
El año del hambre, en 1915. Usaron los ferrocarriles para trasladar bastimentos de la revolución y dejaron de llegar provisiones. La ciudad se quedó sin comida, no había gobierno, la gente moría en la calle. Se acabaron los gatos y los perros porque salían a cazarlos. 

Cuando Toribio de Benavente consigna el fin de Tenochtitlán dice que una séptima plaga trajo la edificación de la ciudad. Ahora, ¿en qué plaga vivimos?
La del coche. Todo se hizo para que reine. Es la maldición de la Ciudad de México. Ha traído desolación, polvo y mala calidad de vida. Cuando llega el auto, comienza la locura de los ricos por conseguir uno. Era símbolo de estatus. Pero, era. Incluso se consideraba emblema de velocidad, ahora ese transporte no nos permite llegar a tiempo a ningún sitio.

Conoces y estudias la ciudad, ¿te ha llamado la atención entrar a la gestión pública?
No. Creo en la defensa de cosas, no en el activismo, el cual está divorciado de la profesión periodística. La muerte de un periodista comienza cuando agarra una causa. Pierde todo lo que lo hace ser periodista. Lo malo es que nuestros periodistas no se dan cuenta.

En un texto sobre la juventud de Carlos Fuentes en la Ciudad de México, él dice: “La nostalgia del pasado sólo persistía en películas dedicadas a celebrar una época pasada e inexistente”. ¿Qué recuerdo te provoca el sentir de Fuentes? 
Vengo de una ciudad donde los niños teníamos calles. Las vacaciones son la época que más nostalgia me da, porque nuestra única restricción era volver antes del anochecer. Te apropiabas de la calle con la cascarita, el bote pateado, hacías “palomillas”. Eso ya lo perdió la ciudad y le dejará una cicatriz irremediable. Tengo la sensación de un reino perdido.

¿En dónde hacías "pandilla"?
Pasé toda mi vida en Santa María La Ribera, en la calle Amado Nervo. El barrio te acompaña hasta el final de tus días. Era una colonia de casas del Porfiriato habitadas por viejitas de chal que se asomaban por las ventanas de cantera, con patios silenciosos llenos de macetas. Había cines formidables: el Majestic, el Cosmos. Las matinés costaban un peso por tres películas. Yo iba a los cines de segunda corrida, es decir, no había estrenos.

En ese mismo texto, Fuentes dice que “la peligrosa inmersión en la urbe exigía, a cambio de sus placeres, la entrega de la vida. Ser totalmente de la ciudad para merecerla”. ¿Merecemos la ciudad que tenemos?
Las ciudades te construyen. Tienes la urbe que mereces si permites que le hagan lo que sea. La ciudad es un libro de piedra, una obra colectiva, cada generación hace un capítulo. Me gusta citar la frase de Calvino –por eso el libro se llama La ciudad que nos inventa– quien dice que las metrópolis tienen dos fases: los hombres las hacen y luego, esa ciudad se apodera de ellos y los determina. Lo que dices de Fuentes es bellísimo, él se juntaba en el Café París, en el Centro, pasaba horas discutiendo. Esa Ciudad de México lo acogió, se le abrió como una flor en las manos.  

Hablas con tanto amor del pasado que me intriga cómo te llevas con el presente de la Ciudad de México. 
Muy bien. Este es el mejor momento, antes la gente andaba sin zapatos, se moría de infecciones, para ir al dentista debías ir al barbero, había pestes. El pasado me provoca fascinación y misterio, desde niño. Quizás me he quedado atrapado en el tiempo.

La ciudad que nos inventa. Ediciones Cal y Arena, 2015. 

Recomendado
    También te puede gustar
    También te puede gustar
    Publicidad