En el corazón de la Escandón acaba de abrir un pequeño espacio dedicado al arte, que sobresale por su filosofía de autogestión.
La forma más directa de atravesar las dos secciones de la Escandón es por la avenida Progreso. Caminar ese kilómetro y medio —que va de Revolución a Nuevo León; es decir, de Tacubaya a la Condesa— toma veinte minutos. Así que si un día te pierdes entre los puestos de garnachas y discos piratas al salir del Metro Tacubaya, veinte minutos en línea recta es el tiempo que se requiere para llegar a la clase media.
Foto: Alejandra Carbajal
En esta calle, cuyo nombre positivista tiene demasiada fe en sí mismo y recuerda al PRI de los años noventa, habitan los contrastes. Y tres o cuatro escritores. (Que una parte no deleznable de la literatura mexicana se escriba en un lugar llamado Progreso resulta, por lo menos, sospechoso.) Es un recorrido variopinto en el que conviven estilos arquitectónicos, como el colonial californiano y el art déco, distintivos de esta zona, con edificios de departamentos miniatura y muros delgadísimos que se están construyendo mientras escribo estas líneas. Me gustaría que la palabra gentrificación no tuviera lugar aquí, pero la cercanía de esta colonia con la Roma, la Nápoles y la Condesa lo vuelven inevitable de algún modo, como puede observarse en el aumento de las rentas: 30% durante los últimos quince años.
Quizá lo que confluye de manera visible en esta avenida son dos épocas distintas que contrastan por su cercanía: dos ideas de ciudad y de comunidad que se superponen. Por un lado, la Escandón sigue siendo un barrio tradicional, con una población alta de personas mayores de cuarenta años. Al caminar por Progreso podemos encontrar, entre otras cosas, misceláneas —más que tiendas de conveniencia—, una tortillería, fondas, una escuela, una pequeña farmacia homeopática con aspecto de botica, tintorería, recaudería, un taller automotriz e incluso ese milagro de la terminología mexicana, la «estética unisex». Sin embargo, sobre esta misma avenida han ido surgiendo, recientemente, algunos espacios donde las generaciones más jóvenes se reúnen.
Foto: Alejandra Carbajal
Hace menos de un mes, Bravo Capital abrió sus puertas frente al Jardín Morelos. Es un espacio pet friendly que ofrece desayunos, comidas y cenas. Busca promover la obra de artistas emergentes y apoyan el consumo de productos locales (como el biocafé Jocutla, de Coatepec, uno de los mejores del mundo, y una gama de cervezas artesanales).
Bajo un concepto de cantina gourmet, la Cantinita Pop tiene una carta memorable, con platillos que fusionan la gastronomía oaxaqueña con mariscos, como los tacos de pulpo, chistorra y chapulines. La cocina es abierta y la decoración crea un ambiente relajado, como estar en el patio de tu casa, con sillas plegables de metal y mesas de madera aglomerada. Y buen mezcal, por si hacía falta algo.
Otro de los puntos imperdibles en el recorrido por Progreso es la cafetería El Ilusionista. Aunque tiene apenas dos años de existencia, se ha convertido en un punto de encuentro. Con mobiliario vintage y tazas que no hacen juego, es el lugar ideal para relajarse o trabajar en algún proyecto pendiente con una pócima, la bebida de la casa: un espresso con pulpa de guayaba. Justo a un lado se encuentra la Galería Progreso, un espacio independiente, de apenas quince metros cuadrados, que se dedica a exhibir la obra de artistas contemporáneos jóvenes.