Hace 421 años, el virrey Luis de Velasco ordenó la construcción de un espacio que contribuyera al embellecimiento de la ciudad y al recreo de sus habitantes. Las obras comenzaron un año después, en 1593, y su nombre deviene de los álamos blancos que se sembraron en un terreno recuperado tres décadas atrás, tras la desecación del lado sur de la laguna. Aunque desde el origen de estos espacios, álamos y parque se fundieron como sinónimos y hay alamedas (jardines) sin estos árboles.
Aquí se celebraba la fiesta de Independencia en la década de 1820. 20 años más tarde, entre 1847 y 1848, el ejército estadounidense instaló un cuartel. Sí, muchos han sido los cambios, desde verjas que impedían visitarla de noche –pese a que desde 1898 era iluminada por 2 mil bujías eléctricas–, hasta una librería. Además, existieron varios proyectos que no se llevaron a cabo, de personalidades como Federico E. Mariscal, Miguel Ángel de Quevedo y Adamo Boari, como un quiosco de cristal, una cafetería y nevería, un invernadero e incluso una montaña rusa, proyectada en 1891.
A finales de 2012, el parque público más antiguo de la ciudad recibió una manita de gato que incluyó dos fuentes bailarinas, así como fuentes secas en las glorietas de las Ninfas, donde es común ver a menores empapándose en los túneles de agua que les dan forma. Su sistema automatizado permite programar cada chorro a diferentes alturas, un verdadero espectáculo gracias a su sistema de iluminación.
Otro detalle importante está en el circuito inteligente de filtración de agua que permite reutilizarla y mantenerla clara, limpia e inodora. Cada fuente tiene dos cuartos de máquinas, uno para el sistema de cómputo y otro para el hidráulico.
También limpiaron las ocho esculturas que coronan las fuentes y, cuando la pieza lo ameritaba, las restauraron. Las cinco esculturas a lo largo de Juárez, y las de Beethoven y Humboldt, en el eje central del parque, fueron desplazadas para que puedan ser mejor apreciadas.