Bob Marley: One Love es una extraña mezcla de lo auténtico y lo vulgar. El retrato de la superestrella del reggae, realizado por el director Reinaldo Marcus Green —King Richard— en medio de una nube de humo, está lleno de intenciones sinceras, pero con demasiada frecuencia cae en lo trillado.
En algunos sentidos, se parece más a Bohemian Rhapsody (2018) en su inclinación a contar su historia con los trazos más obvios y torpes —cuando un personaje acude a Marley pidiendo redención, se corta al cantante tocando "Redemption Song"—. Pero, afortunadamente, al igual que Bohemian Rhapsody, se ve redimida por una gran interpretación central, esta vez de Kingsley Ben-Adir, que encuentra una gran verdad en Marley, que el guión y la dirección no consiguen.
La película empieza con fuerza. En la cima de su fama, en 1976, Marley, políticamente neutral, acepta encabezar el concierto Smile Jamaica, un intento de calmar las crecientes tensiones del país provocadas por los conflictos entre el gobernante Partido Nacional del Pueblo y el Partido Laborista de Jamaica. Dos días antes del concierto, Marley sobrevive a un intento de asesinato, pero decide subir al escenario de todos modos. Es un acto de compromiso y convicción que parece el final de una película y no el principio de una.
Marley decide marcharse de la ciudad y se traslada a Londres —donde tiene un encontronazo con la policía por culpa de los leones de Trafalgar Square en lugar de Zion— para grabar su álbum Exodus, que a la postre sería revolucionario. En este punto, One Love se sumerge en clichés de biopic musical, algunos entretenidos —una jam session en la que crean uno de sus mayores éxitos—, otros risibles —un plano de manos agarrando literalmente discos como indicación de que el álbum se va a hacer viral—. El momento culminante es la mirada perpleja de Marley en un concierto de los Clash mientras los punks bailan al ritmo de "White Riot" —afuera hay una revuelta, es ese tipo de película—.
Al igual que Bohemian Rhapsody, se redime por una gran actuación central
La segunda mitad intenta crear algo de dramatismo —una discusión sobre una gira africana, una discusión matrimonial entre Bob y su esposa Rita (Lashana Lynch)—, pero en lugar de eso, sólo se queda entre agradables interpretaciones de las canciones. El ímpetu también se esfuma cuando, cada vez que Marley se encuentra en un momento tranquilo, se ve afectado por un caso de flashback-itis, retrocediendo a su infancia, su incipiente romance con Rita, y una actuación ciertamente alegre de "Simmer Down" de The Wailing Wailers que les hace ganar un contrato discográfico. Además, hay una imagen recurrente de Marley de niño perseguido por un caballo a través de un campo de cultivo en llamas que al principio resulta impactante, pero que se vuelve tediosa cuando se descubre al jinete.
Marley está pintado con tintes de santidad —hay muchos miembros de la familia en los créditos finales—, pero la interpretación de Ben-Adir resulta convincente. Desde el encanto despreocupado de Marley hasta su reflexión, pasando por sus erráticos movimientos de baile, la interpretación del actor es tan natural como llena de matices. Lynch está a la altura, ya que aporta sensibilidad y empatía a un personaje que podría ser la "voz de la razón". Junto a la música, una mezcla de grabaciones de Marley y voces del reparto, destacan por encima de la película que los rodea.
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