Más allá del atrio de Magdalena y los locales con sopa de médula están La Cañada y Emilio Carranza, las dos vialidades que ascienden del pueblito de Atlitic a la zona intrincada de macizos montañosos y cañadas, donde el río corre más rápido y puro.
Fue ahí donde Ángel Sánchez y empresarios franceses aprovecharon la fuerza del movimiento del agua para crear energía eléctrica en 1897, en plena ola de inversión extranjera en el país posibilitada por la “pax porfiriana”.
Las cuatro orgullosas máquinas que abastecieron de electricidad a la industria textil de la región –unas seis fábricas ubicadas en lo que hoy son las delegaciones Magdalena Contreras y Álvaro Obregón– actualmente son armatostes corroídos por el tiempo, que inspiran, a lo mucho, ternura comparadas con los prodigios de las hidroeléctricas actuales.
Ahora sus beneficios son más sociales. Son un punto de referencia en los turísticos bienes comunales de la Magdalena Contreras. Llegar al segundo dínamo y ver las válvulas y tuberías de fierro colado que maravillaron a los ingenieros del siglo XIX, a través de los ventanales herrados del viejo edificio de sillar y ladrillo que los resguarda, es entregarse de a poco a la nostalgia por el viejo valle de México.