El edificio es un diseño de Ricardo Legorreta, lo construyó en 1968. Es una de sus primeras obras y desde entonces determina mucho su estilo. Es muy interesante la secuencia de los espacios, desde el acceso que está enmarcado por la celosía de acero pintada en rosa mexicano, de Mathias Goeritz. Después está la bella fuente en el acceso vehicular, que parece un mar siempre intenso y es una escultura de Isamu Noguchi. Al entrar, es posible descubrir distintas alturas, ventanas, patios y escalinatas. La construcción se vuelve una especie de laberinto que va generando espacios que no te imaginas que haya en el interior. A pesar de estar junto a una avenida muy transitada (Mariano Escobedo), su interior es una especie de convento, un lugar de silencio, paz y tranquilidad. También sorprende su colección de arte, con piezas de Tamayo, Calder y otros grandes artistas.
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