Si tuviera que resumir la pax porfiriana en un edificio, no escogería Bellas Artes ni el Castillo de Chapultepec, sino esta discreta joya enclavada a unos metros del Zócalo. Sería injusto destacar un aspecto de toda su belleza: su espectacular domo vitral importado de Francia, la voluptuosa herrería que recubre su elevador o sus balcones ondulados.
El Gran Hotel, su nombre corto y de cariño, fue construido entre 1896 y 1897 por arquitectos mexicanos al estilo de los grandes almacenes franceses.
De hecho, fue un almacén hasta los sesenta, pero el domo, la guinda en el pastel, no fue colocado sino hasta 1908, obra del artista Jean-Jacques Grüber.
Entre otros detalles distintivos del art nouveau en este edificio se encuentran letras “C” y “M” (las iniciales de la ciudad) sobrepuestas varias veces a lo largo del barandal, además de dos jaulas para aves a los costados de la entrada principal.
La remodelación de 16 de Septiembre, culminada a principios de 2014, le hizo justicia a esta maravilla arquitectónica. El acento peatonal de esta vialidad pone al hotel como destino final de una simple caminata.
Mi recomendación: subir a la terraza en domingo a desayunar.