Era 1982 cuando Torch Song Trilogy —como se titulaba originalmente— estrenaba en Broadway. Este, no sólo fue el escaparate del actor Harvey Fiernstein, quien probara sus dotes como dramaturgo y fino comediante, sino también fue la oportunidad de actualizar la mirada de los hombres gais y sus preocupaciones en una Nueva York después de los disturbios del Stonwell Inn, y justo antes de la epidemia del Sida.
Podríamos decir que Torch Song es una especie de vestigio en el que Fiernstein —desde su homosexualidad— decide despepitar acerca de nuestras relaciones con otros hombres; nuestros encuentros fortuitos, nuestros amantes furtivos y nuestras relaciones con nuestras madres. Pero también, es un tratado vigente de todas esas circunstancias que no sólo nos rodean, sino que nos codifican como hombres gais, no sólo ahora, sino a lo largo de los años.
Por ello, no sorprende la decisión del director Alejandro Villalobos no sólo de traducir este texto al español, sino de crear un montaje de cámara con un toque minimalista, en el que el elenco y la historia son las verdaderas estrellas.
Visto desde la mirada de una drag de cabaret nocturno, Torch Song es literalmente, y como su nombre lo dice, una canción de rompe y rasga sobre un hombre llamado Arnold y sus necesidades afectivas con los hombres, su necesidad de formar una pareja, una familia y de una vez por todas, enfrentar a su madre para así terminar de aceptarse en su totalidad.
Con las estupendas actuaciones de Rogelio Suárez como Arnold, y Anahi Allúe como su madre, esta, termina siendo una obra en la que la sincronía entre su director y sus actores principales son el verdadero espectáculo. Esto, en conjunto con el discurso de la obra sobre la aceptación, pero también sobre la persecución y condenación de nuestras sexualidades, hace de esta una experiencia redonda y digna de vivir.
Destacan también los actores que rodean al protagonista, quienes se tornan solventes, pero, hay que poner principal atención a José Peralta, quien con su energía y timing hace que la comedia e inteligencia del texto se acentúe, y termine en una excelente mancuerna con Suárez y Allúe.
Y aunque cabe mencionar que ya existía una versión de esta obra en México, de la cuál no se recuerda ni se habla mucho, Torch Song resulta una pieza bien colocada en nuestra actualidad, que cuando creemos que en materia de derechos LGBT+ ya lo tenemos ganado todo, en realidad seguimos teniendo las mismas conversaciones de por qué la visibilidad importa, porqué enunciar nuestras sexoafectividades deben ser nombradas y escuchadas, pero sobre todo, por qué nuestras orientaciones e identidades deben y merecen ser respetadas.
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