Fue una suerte de erótico déja vu. Hace algunos años, en el mismo lugar dónde ahora se levanta Sugar, se encontraba uno de los más históricos sex clubs para gais que han surgido en la Ciudad de México. No estoy seguro si era exactamente en el último local o el penúltimo de esa vecindad, de retoques franceses propios de la belle epoque. Pero es de agradecerse que el edificio mantenga su espacio para poblaciones de diversidad sexual.
Sugar ha surgido como un espacio de incidencia drag en medio de la pandemia. Sabes que cualquier día no es un día cualquiera cuando, desde la calle y en el muro amarillo con el letrero en neón del mismo color, te toman la temperatura y anotan en una lista que lleva el control de los asistentes para no rebasar la capacidad permitida, de acuerdo a las reglas de la nueva normalidad. Por lo mismo, lo más conveniente es reservar con anticipación, sobre todo si se planea ir en grupo de amigos.
El concepto de Sugar podría entenderse como una terraza algo estrecha partida a la mitad por un muro que soporta la consola del dj. La primera parte, con vista a los árboles, funciona como área de fumar. La segunda, desnivelada a modo de pequeño teatro, es donde se montó el escenario en el que Aurora Wonders, Liza Zan Zuzzi y Tiresias ofrecen su espectáculo musical que arranca oficialmente a eso de las siete de la noche, moderado por Malandro, un hombre de sombrero de copa, plumas púrpuras y ojos alterados por sombras darkis.
El ambiente intenta resucitar un cabaret clásico con el montaje de pesadas cortinas rojas de terciopelo, como las que dividen los espacios y dan forma al proscenio. Junto al escenario del lado derecho, se extiende otro espacio con mesas, más amplio que el salón principal, con una barra, pensado para platicar a un volumen moderado, alejado del ruido glamuroso.
Así, entre canciones, algunas interpretadas en vivo como las de Wonders, quien da muestra de su talento vocal al armonizar piezas del musical The Greatets Showman que arranca fervorosos aplausos, boleros de José Jose que pone a la audiencia como un gigantesco karaoke, clásicos de Björk y, entre capítulos de esa languidez desorientada llamada La más draga (Sugar es considerado sede oficial para ver los capítulos del reality drag), se pueden degustar pizzas gourment que rondan entre los 200 y 250 pesos. La de pepperoni les queda en un punto agradable.
En realidad, el menú de comidas es generoso, se pueden ordenar lasaganas de la casa, alitas, hamburguesas y papas gourmet. Lo mismo la carta de bebidas. La cerveza arranca en los 30 pesos. De ahí se pueden pedir cocteles entre 100 y los 130 pesos, shots preparados a 60 pesos y botellas de vodka, tequila ron y whisky. También hay botellas de champaña y vinos.
Como lo dictan los tiempos atípicos, la diversión atestada de parroquianos ávidos de animación nocturna, se siente casi como una carrera contra reloj. En Sugar los horarios llegan a sentirse cortos. Es por eso que la experiencia se siente como si estuviera al interior de una realidad aumentada. La gente ríe, bebe y canta el doble de una noche de viernes sin COVID-19. Días que recuerdan como si hubiera pasado hace siglos.
El Sugar parece condensar la idiosincrasia de toda la Zona Rosa en un solo espacio: música pop con toques de electrónica, gritos de gais eufóricos que descabezan exnovios y antiguos amantes, lesbianas decididas, fuerte presencia drag. Un festivo orgullo que poco a poco empieza a reactivar la economía del arcoíris LGBTTTI, necesitado de espacios propios para que la diversidad lo siga siendo.
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