La cajita feliz
La acción comienza después de las 11 de la noche, sobre todo en la línea 1 y 2 del metro. Esta auténtica leyenda viviente bien pudo inspirar algún tema de Rockdrigo González o Jaime López.
Un buen gay sabe detectar el movimiento ansioso de los que van al último vagón del tren, mejor conocido como La cajita feliz. A veces los delatan sus pantalones ajustados y ojos bizcos. Entrarle a este desmadre implica un harponazo de lujuria y adrenalina. La verdad me costó subirme sabiendo a lo que iba, pero como buen joto, no pude resistirme a la calentura.
Cuando el tren llega a la estación los hombres no se suben la bragueta, sólo se tapan el bulto con las manos. Una vez dentro del vagón, cada quien vuelve a lo suyo. Todo ocurre de forma candente y veloz. Me acomodé en uno de los asientos individuales para hacer de vouyeur, pero de inmediato alguien se puso frente a mí para meterme mano. No me fijé mucho en sus rasgos por estar viendo que no hubiera pasajeros bugas. No sólo hay que sortear los arrestos, sino también los chingadazos de cualquier homofóbico. Es cachondo pero incómodo.
Vi el vagón vacío y a un puñado de cabrones arremolinados en un asiento. Me ganó el nerviosismo y dejé la miniorgía en la siguiente estación.