El Rage abrió en febrero de 2014 con un propósito delineado: devolverle un poco de respeto al clubbing gay capitalino, a través de la actual tendencia de ocupar la infraestructura de lugares ya establecidos para reinventar su concepto original y jugar con la personalidad del espacio. De ahí que Rage sólo abra los sábados en el lugar donde regularmente opera el Envy.
Está concebido en una especie de bodegón industrial rectangular, decorado como discoteca futurista con guiños al diseño de películas de Stanley Kubrick. La pista de baile se despliega verticalmente y remata en un muro minimalista de neón que se combina con el techo (recubierto por un panel de leds, como un papel tapiz).
A diferencia de la consola del Envy (que sólo programa pop en español), Rage nos regala un giro electrónico, quizás porque detrás de su concepto se encuentra el staff de Karmabeat, la legendaria firma que produce fiestas circuit. Por fortuna, Rage no se concentra sólo en autocomplacencias circuiteras, también sueltas piezas de electrónica bailable menos histéricas, cortes de house mainstream (Everything But The Girl), indie dance (M83) o remixes. Además, cuentan con djs invitados, tan sólo en la inauguración estuvieron Isaac Escalante y Ángel Ríos. El equilibro de esta combinación es refrescante.
Muy importante: que la fama sobre la complicada cadena del Envy no se interponga en tu elección para visitar este club de buenas intenciones sonoras. El tumulto de la entrada tiene que ver con cuestiones de administración y con la seguridad de los parroquianos.
El nuevo Envy, digo… el Rage, es un club cuya principal apuesta es renovar la escena de antros gay capitalinos (cada vez más descuidados). ¿Los precios? Hay chelas de $50 y tragos internacionales en $120.