Son las 10 de la noche y las paredes del cabaret sudan de calor. No hay mesa sin caguama ni asistente sin ganas de corear las de Yuri.
Los participantes de este símil de fiesta de 15 años mantienen las miradas clavadas en la pista de baile, que pronto será tomada por los imitadores travestis y sus bailarines. La temperatura sube, las luces bajan. Una voz anuncia: "¡Con ustedes, Moooooorgana!".
Melena castaña, nariz afilada, curvas fastuosas. Aunque nació varón, esta noche es la envidia de las féminas. Bajo la bola disco de la pista, su corsé y liguero nácar se contonean al ritmo de la coreografía de burlesque que montó para el show. Es su noche, es su fiesta.
Morgana siempre estuvo en desacuerdo con sus genitales. No entendía por qué en su cuerpo había un pene.
"Investigué y me enteré que 'lo mío' se llamaba disforia de género. Está comprobado científicamente, es biológico", asegura.
Cuando buscó al mejor doctor para operarse, encontró al pionero de la cirugía de reasignación de sexo, Preecha Tiewtranon. Sólo había un problema: él vivía en Bangkok.
Sin dinero para la operación, Morgana sacó las petacas y se fue a Tailandia en compañía del cineasta Flavio Florencio, quien realiza un documental, Made in Bangkok, de la vida de la cantante desde la noche en que la conoció en el Lugar de Roshell (club de travestis en el que trabajaba Morgana).
Para juntar el costo de la intervención, entró a un concurso de belleza trans en Tailandia. De ganarlo, obtendría 10 mil dólares.
"Era muy insegura. Sentía que tenía 'algo' que todo el mundo veía. Las chicas trans eran hermosas, por dentro y por fuera. Lamentablemente, no gané el concurso", dice Morgana.
Sin embargo, el doctor, movido por su filosofía budista y su premisa de hacer feliz a la gente, decidió hacerle la operación sin cobrarle ni un baht.
Tuvo genitales masculinos hasta los 28 años. Nació en San Miguel de Allende, Guanajuato, y estudió en una escuela de monjas. Sus papás lo llevaron a un concierto en el que escuchó la interpretación de "Miserere", de Allegri. Algo sucedió y a los 18 años se enamoró de la ópera.
Estudió este género en el Conservatorio Nacional de Música y aunque la carrera le demandó siete años de esfuerzo, la verdadera prueba de fuego llegó con el Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli. La final lo llevó a interpretar una pieza en Bellas Artes.
"Pertenecí al quinteto El Cofre, con el que grabé un disco, De espíritus y espirituales. Ya no se puede conseguir, fue edición limitada", recuerda Morgana.
Su identidad transgénero nunca fue un obstáculo para abrirse paso en el mundo musical.
"Lo que importaba era que tuviera técnica. Seguí cantando con la misma voz, pero ahora interpretaría otros papeles. Parecía que la instrucción era: 'mientras tengas la técnica vocal, tu vida sexual no nos importa'. Los que me dejaron de hablar durante dos años fueron mis padres", cuenta. Con su rango de soprano -antes del cambio de género era contratenor- Morgana puede interpretar desde piezas dramáticas como "Lascia ch'io pianga", de Georg Friedrich Händel, hasta baladas en la plancha del Zócalo (como hizo este 2014 en la marcha gay).
Cambiar de género fue fácil; cambiar de ritmo musical no tanto. A Morgana le costó trabajo adaptar sus cuerdas vocales a los tonos de las baladas y las rancheras, que ahora interpreta en La Perla. Comenzó a practicar en el bar de Roshell Terranova, en el que dejó la pose imperiosa de la ópera para mover las caderas.
"Llegué a La Perla gracias a mi amiga Gabriela del Río, mujer transgénero que lo mismo da vida a Gloria Gaynor que a Margarita, la Diosa de la Cumbia.
El concepto era ofrecer un show travesti. El dueño me dio la oportunidad de cantar en vivo sin parodiar a nadie. Al público le encantó. No cualquiera puede entrar a este cabaret. Se debe poseer una esencia única que deslumbre en el escenario", comenta Morgana.
Morgana signifi ca "mujer nacida del mar". Ella eligió ese nombre luego de las trabas legales para comprobar su identidad femenina. Lo escuchó cuando era niña en una película sobre el rey Arturo. Se trataba de la bruja y la reina de las hadas, en la isla de Ávalon.
"Cuando vi el personaje, entendí que Morgana no era mala, aunque la gente lo pensara así", nos dice. Se trataba de la dualidad que ella vivía a diario.
"La gente piensa que los transexuales nos dedicamos a la drogadicción y a la prostitución. Nada de eso, al contrario.
Todavía se nos discrimina mucho. Incluso, tuve dos amigas a las que asesinaron. En la calle te gritan desde 'sabrosa' hasta cosas más agresivas. No creo que la gente sea mala, pero todo gira en torno al respeto", asegura.
En el cabaret de la ostra gigante, donde cada una de sus perlas es valiosa, Morgana es la sirena que hipnotiza con voz propia.