Platicamos con la activista trans Jessica Marjane Durán, que con tan sólo 23 años ha levantado la mano por los jóvenes LGBTTTI, especialmente por la comunidad transgénero.
“Cuando nací me asignaron el nombre de Jesús Aarón. Nací en el cambio entre el verano y el otoño, justo en el equinoccio. Mi vida siempre ha estado llena de transiciones”, comenta la activista Jessica Marjane Durán mientras relata su vida en la explanada de la Facultad de Derecho en Ciudad Universitaria.
Jessica, estudiante de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es coordinadora general del colectivo Red de Juventudes Trans México, que desde 2014 propone acciones en materia de educación, salud, identidad y políticas públicas para las juventudes transgénero, por medio de mesas redondas, pláticas e historias de vida. Gracias a su activismo por los derechos humanos para esta comunidad, se ha vuelto todo un ícono de lucha.
Cuenta Jessica que su familia es de la comunidad otomí Valle del Mezquital, en la Sierra de Hidalgo, pero desde niña ha vivido en el norte de la ciudad. Desde pequeña sufrió violencia en la escuela, por parte de sus compañeros, debido a su comportamiento afeminado. En la adolescencia se dio cuenta de que su cuerpo cambió, pero no como ella quiso: “Pensaba que lo mío no era tener barba. A mis compañeras las veía como alguien que a mí me gustaría ser. Quería ser como las mujeres de mi familia”. Sin esperarlo, Jessica tuvo cuatro referentes de lucha en su casa: su abuela siempre le dio la oportunidad de expresarse como ella quería; su hermana, como deportista, le demostró lo importante de ser constante; su tía, quien estudió ingeniería, rompía, de cierto modo, con lo tradicional; y su madre, una sobreviviente de violencia doméstica, prefirió trabajar para sacar adelante a sus hijos que darse por vencida.
Durante la preparatoria, en una clase se le pidió como ejercicio elegir el rol que tendría en el abanico LGBTTTI. Ahí Jessica se dio cuenta de que era trans. “No odio mi cuerpo, ni me siento en el equivocado”, pensó. Entonces supo que no era una cuestión de preferencia sexual, sino de identidad de género. Así que habló con su familia cuando tenía 15 años sobre su situación para comenzar su transición a los 16 y su terapia de reemplazo hormonal a los 18.
Gracias a que su madre tuvo una amiga en esta circunstancia, la ayudó a entender más a Jessica: “Mari Tere, una vecina de mi mamá, era una trabajadora sexual trans que mantenía a su familia a pesar de que no la apoyaba y la violentaba”. Tras reflexionar sobre la situación de su amiga, su madre le dijo: “Le hubiera gustado que su familia la apoyara, esto es una pauta para darte una mejor vida que la de ella”. Entonces la historia de Mari Tere ayudó a Jessica a ser una mujer trans.
Debido a las malas experiencias de Jessica durante su transición en cuanto a servicios y derechos para las personas transgénero, se acercó a diversas organizaciones para instruirse. Así fue que egresó de Asistencia Legal por los Derechos Humanos, A.C. (ASILEGAL) como promotora de derechos humanos LGBTTTI y de la Escuela de Derechos Humanos del Centro Fray Franscisco de Vitoria. En 2013 dio el taller para quinceañeras sobre sexualidad y violencia de género en el Instituto de la Juventud (INJUVE).
Sin querer, Jessica se volvió una activista que retoma temas sobre jóvenes trans y sus implicaciones sociales (los cuales responden a una realidad heterosexual y no transgénero), para lograr que futuras generaciones tengan mejores oportunidades que ella.