Lo que más disfruto de beber una cerveza en un lugar como El 69, es que me recuerda esos tiempos mozos en los que el dinero era escaso y había que hacer piruetas adolescentes para emborracharse (que supongo era el imberbe objetivo).
A El 69 uno va a pasarla bien, sin prejuicios de por medio ni grandes expectativas. Mucho menos si tienes activado el chip discriminador, pues aquí todo mundo entra. No es un sitio en absoluto glamoroso y por momentos sí despierta ciertos destellos de “alarma raspa” (sobre todo por la zona, que no es precisamente bella), pero pasado cierto tiempo, te das cuenta que estás seguro.
La música es una cosa a la que podemos llamarle pop-trópico-gay, que si no te importa la calidad del playlist, la fiesta está asegurada. Es más, si corres con suerte, te puede tocar un atrevido show stripper, que me recordó los gloriosos tiempos de cuando existía el 14 (mejor conocido como Las Adelitas).
Su gran ventaja es que es muy barato. No hay que pagar cover y las cervezas cuestan 15 pesos (hay una promoción de tres caguamas por 150 pesos). De vez en cuando es sano hacer las fiestas en lugares como éstos, arrabaleros y sencillos. Seguro te hará recordar que hasta no hace mucho ser gay era sinónimo de diversidad y no un gueto que a la menor provocación trae a cuento desventajas culturales, físicas y económicas.